«La coartada», María Castro: “Busco que el espectador acompañe a la mente de Ana. Ríe o llora, pero se alivia al ver ese dolor en mí”

María Castro interpreta a Ana, la protagonista de esta obra teatral, una mujer al límite cuyo sufrimiento le llevará a tomar decisiones difíciles e inesperadas. «La coartada» es un thriller psicológico donde las emociones y las frustraciones de sus personajes están a flor de piel, tanto en la de los actores, como en la del espectador.

María se ha permitido adentrarse en los sentimientos de Ana. Su maternidad, su valentía y sus experiencias vitales la han acompañado en este viaje repleto de sorpresas. Junto a Daniel Muriel y Miguel Hermoso, ha afrontado esta aventura que comenzó siendo todo un reto para ella. La magia del teatro se encarga del resto.

Coartada

«La coartada» es una obra llena de drama y suspense. ¿Qué te ayuda a transmitir esas emociones de tensión al espectador?

Pues intento que esté lleno de verdad. Utilizo mis propias imágenes y cositas de mi vida. Siempre que elaboro un personaje me gusta que nazca de sitios verdaderos. Tengo cuarenta años y he vivido todo tipo de sentimientos: amor, odio rencor, ira, angustia… Cuando Ana, mi personaje en «La coartada», siente algo, intento utilizar en ese momento esas pequeñas cosas que están por ahí escondidas. Luego acaba la función y cada una para su casa.

¿Ha sido duro interiorizar esos sentimientos de Ana?

Supongo que puedo hacer eso porque son sentimientos que tengo sanados. Por ejemplo, esta función habla mucho sobre la maternidad y yo tengo dos niñas. Ellas están debajo de mi piel y tengo que rascar muy poquito para que nazcan esos sentimientos. ¿Se podría hacer sin haber sido madre? Puede que sí, pero para mí ha sido un gran apoyo.

Yo nunca hubiera podido imaginar lo que iba a sentir cuando tuviera a mis hijas. Es más, nunca nadie que me contara lo que iba a sentir cuando las tuviera se pudo acercar a lo que realmente sentí. Es un sentimiento tan animal, tan puro, tan salvaje… y está en el dolor de esta mujer. Yo lo tengo muy fácil para rebuscarlo en mí.

¿Has aprendido algo de tu personaje?

Sí, siempre me llevo algo del personaje. No a casa, no es que me convierta en el personaje. Pero a veces vives cosas con ellos que tú no has vivido. Son aprendizajes constantes. En «La coartada» he visto cómo ha actuado el personaje ante una situación de la vida y me planteaba: ¿cómo lo habría hecho yo?

Ana tiene que tomar decisiones difíciles y, en ocasiones, poco éticas. Sin embargo, la obra pretende que el espectador no la juzgue, sino que empatice con ella. ¿Cómo consigues esto?

Porque yo no juzgo a mis personajes. Siempre intento entenderlos. Si no los entiendo no sé si sabría hacerlo. Hasta los malos tienen una justificación. Para mí, es un gran apoyo conocer esa justificación, otra cosa es que esté de acuerdo o no con ella.

La coartada trata un tema tabú que no puedo desvelar. Ojalá no lo fuese, porque es un tema que si se hablase más se normalizaría y la gente que padece este horror se sentiría un poquito más aliviada de compartir su sufrimiento.  En este caso, lo que busco es que el espectador acompañe a la mente de Ana. Algunos ríen o lloran, pero sobre todo se alivian al ver ese dolor en mí.

"Porque yo no juzgo a mis personajes. Siempre intento entenderlos. Si no los entiendo no sé si sabría hacerlo. Hasta los malos tienen una justificación."

¿Y qué es lo que más te gustó del proceso creativo y de la preparación de tu personaje?

El enfrentarme a algo que para mí era un reto. Yo siempre me atrevo a todo. En mi casa me dieron muchas alas para pensar que era capaz de hacer las cosas, y es lo que quiero inculcar a mis hijas. Con trabajo y esfuerzo se consigue muchas cosas.

Cuando recibí el papel, pensé: “¿voy a saber hacer esto?”. Era muy complicado, había muchísimo texto e intervenciones de hasta 6 páginas. Entonces era un retazo que afronté a base de muchos ensayos. Me siento bien porque era un organigrama familiar tremendo. Fuimos capaces como familia de llevarlo a cabo y yo me siento muy satisfecha. Seguro que se podría hacer mejor, pero yo sé que he dado todo lo que podía dar y más, y espero que eso le llegue a la gente.

Y en esos ensayos en los que se repiten las escenas tantas veces, ¿cómo haces para que la representación no pierda su magia?

Supongo que la función va creciendo contigo. Por ejemplo,  en «La Coartada», cuando ahora hago ese monólogo de seis páginas, no utilizo las mismas imágenes que utilizaba en febrero del año pasado. Pasan muchas funciones de por medio y vas encontrando cosas diferentes. Intento siempre que sea aquí y ahora. Es decir, sí, vuelves al escenario y repites la función, pero miras de nuevo al compañero y no está igual. Tú tampoco estás igual, ni el público. 

Mis sentimientos no son los mismos un día que otro, incluso hormonalmente. Entonces, doy al espectador lo que siento y traigo en ese momento. Porque claro, en la tele te ayuda una música, un contraplano, una escucha. Aquí no hay ayuda, aquí eres tú en tu cuerpo y alma. Lo bonito llega cuando tú le das todo eso al público y el público te lo devuelve. Porque, aunque esté en silencio en las butacas, aunque creáis que no, eso se percibe. Te vas alimentando de eso e intentas que no siempre sea igual.

Dices que das al espectador lo que sientes y traes en ese momento. Pero, ¿qué ocurre cuando traes de casa un sentimiento muy diferente al que tiene tu personaje?

Yo he venido a trabajar en días horribles de mi vida, por cosas personales que me habían pasado. Me ponía el disfraz de payaso y a hacer la comedia. Contando una cosa por fuera, dándome permiso para usarla, pero por dentro tenía ganas de irme a mi casa. Alguna de mis compañeras ha venido a trabajar cuando se había muerto su madre ese mismo día. Y yo me pregunto: ¿cómo se puede dejar ese tipo de cosas en casa? Nunca he venido a trabajar con algo tan duro como eso, pero debe ser entre doloroso y admirable.

¿Cómo viviste la vuelta a los escenarios después de la pandemia?

Justo antes de la pandemia, estaba embarazada de poquito tiempo y teníamos una gira por delante. Luego se aplazó y no la pude retomar porque tenía a la bebé recién nacida y no podía viajar. Y retomé con «La coartada». Los ensayos eran un poco raros e íbamos todos con mascarilla. Le daba de mamar a la bebé en ellos. Me decía Miguel Hermoso: “como de mayor te diga que quiere ser actriz porque lo mamó… es que literalmente lo mamó” (risas).

La verdad es que lo retomé con naturalidad y, al mismo tiempo, con un poco de caos a nivel de organización familiar. Cada bolo lo afrontábamos como una aventura. Ahora, Maia, mi niña, quiere venir a ver esta función, pero no me atrevo porque sufro mucho en escena y ella es muy sensible, aunque sepa que es mentira. Es una función dura y puede disgustarle. Tengo que pensarlo.

¿Qué es lo más sacrificado del teatro?

Para mí, lo más duro es cuando llega el fin de semana y no estoy con mis niñas. Con «La Coartada» he podido disfrutarlas mucho durante la semana. ¿Qué madre trabajadora remunerada puede estar toda la semana con sus hijas, llevarlas al cole, darles de merendar y acostarlas todos los días? Es verdad que llega el fin de semana y mamá desaparece y hay un bebé lactante que no tiene su teta. Preferiría estar con ellas todos los días, pero quería ser actriz y quiero ser actriz. Quiero que el día de mañana ellas peleen por sus sueños, así que tienen que ver que yo quería y luché por conseguirlo.

¿Y lo más agradecido?

Pues mira, gracias a la tele, en redes sociales me comparten un montón de cosas sin conocerme de nada y me siento muy cercana. Es lo que tiene la televisión, que entras en la casa de la gente.

En el teatro tengo la respuesta inmediata del trabajo que estoy haciendo y eso es muy mágico. Es verdad que tengo que viajar mucho y tal, pero también es muy bonito. Por ejemplo, voy a ir a Vigo, que es mi ciudad, y esa gente que se crio conmigo van a venir a verme. Se van a comprar su entrada y se van a sentar en la butaca. Y yo voy a estar en el García Barbón actuando para mi gente. Además, ahora llegas a las provincias y la gente está deseando verte. Al principio, con la pandemia, tenían miedo, pero ahora están deseando ir a cosas culturales. Esa es la parte más bonita.