Por Guillermo Martín Bermejo
Madrid todavía era noche cuando la dejé. Ciudad medio dormida y mal dormida. Se notaba ya esa claridad seca de la capital de España.
Me obsesiona llegar a los sitios con mucho tiempo de antelación, es parte de mi TOC. Así que llego varias horas antes al aeropuerto. Casi milagrosamente, sin haberlo planeado, en el avión viajo sentado al lado de la mujer de mi mejor amigo. Cristina me hace el viaje más llevadero. Es una mujer excepcional que me tranquiliza. Detesto volar.
Me gusta llegar a Londres por Gatwick y salir por Heathrow. Más manías de viajero solitario. En el Gatwick Express miro por la ventanilla. La bruma inglesa todavía abarca los tristes campos y suburbios que rodean Londres. Hay un silencio emocionante dentro del vagón.
Al llegar a Victoria Station me despido de Cristina y, como suele ser mi costumbre, me pongo a caminar hacia Kensington. Es el barrio donde casi siempre me alojo. Viajo siempre con poco equipaje así que me puedo permitir el caminar desde Victoria atravesando Hyde Park.
Es diciembre y la Serpentine no tiene en sus orillas las hamacas de rayas desplegadas. Los árboles centenarios ya se han despertado y me dan la bienvenida como si fuera un personaje de Virginia Woolf en Los Años. Después del horror del avión es un placer dejarme llevar por los senderos del parque. Salgo por Lancaster Gate y el sonido del tráfico de Bayswater Road me despierta del letargo.
Dejo la bolsa en el hotel y me tiro a las calles. He quedado con James, mi galerista, para ultimar detalles de la exposición. Inauguro en un par de días.
“En un circo de colinas nuestras” empieza Roberto Longhi su descripción sobre el Bautismo de Cristo de Piero Della Francesca. Lo busco de nuevo en las salas de la National Gallery.
¡Buenos días Marble Arch! Oxford Street vas abriendo las franquicias. Tottenham Court, el British, St. Pancras, Pentonville un poco en cuesta y ya estoy en Angel, la puerta de Islington.
Me abrazo con el gran James. Grande y alto. De voz vigorosa y carácter afable. James Freeman Gallery: lugar que amo y que me ha cambiado la vida.
El montaje de la exposición ha quedado precioso. Mis dibujos están en casa en este espacio. Vuelvo a mirar los dibujos enmarcados y ya son como hijos independizados. Sé que son míos pero ya no me pertenecen. No sé si un padre sentirá lo mismo. Es bonito y a la vez doloroso. Siento un pequeño sentimiento de pérdida al verlos tras un cristal. Estos pequeños papeles que he mimado quizá en exceso.
James me lleva a una inauguración en el espacio de John Swarbrooke. Unos deliciosos dibujos de Sven Berlín. Me encanta John salido de alguna página olvidada de E.M.Forster. Elegantísimo con su chaqueta de Tweed y sus gafas de carey. Nos lleva a cenar a un restaurante polaco cerca de su galería. De camino encuentro un libro tirado y roto. Pequeño tesoro para entresacar páginas donde dibujar.
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