Stephanie Lake – Soñar con la cabeza

Y el cuerpo entero

Por Íñigo de Amescua

Stephanie Lake ama la danza y, sobre todo, a los que bailan. A aquellos que hacen que un arte tan efímero sea capaz de emocionarnos para siempre. Así concibe toda su obra. Pasión, sorpresa y creatividad contagiosa dan forma a exuberantes espectáculos de danza total en los que música, luz y vestuario componen un todo arrebatador que agita e inspira a aquellos que acuden a sus espectáculos. Su talento es tal que acaba de ser nombrada coreógrafa residente del Australian Ballet, cargo que compartirá con la dirección de su compañía (Stephanie Lake Company) y con cualquier aventura que se le cruce en el camino si la idea le hace cosquillas en los pies.

Siempre ha hecho las cosas a su manera. El trayecto de Stephanie Lake no ha sido nunca el que se traza en la cabeza de cualquier estrella de la danza de nivel mundial como ella. No fue a clases cuando era niña y sus primeros contactos con el baile fueron montando espectáculos de danza con su familia y sus amigos en el salón de su casa. Stephanie es otra cosa, es un talento natural. Tiene una pasión por este arte que ilumina cada palabra que pronuncia con una ilusión que hace que la distancia entre Melbourne y Madrid se achique y parezca que estamos ambos hablando en la misma habitación. Esta primavera podremos ver en España Manifesto, una de sus producciones más aclamadas y una de las que más ha contribuido a situarla y a su compañía, como una de las principales fuerzas renovadoras en la danza. Stephanie vive, además, un momento especialmente dulce, ya que, desde enero de 2024, es coreógrafa residente del Australian Ballet, una de las compañías más prestigiosas del mundo.

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¿Cómo fueron tus inicios en la danza?
Durante mucho tiempo he tenido la sensación de llegar siempre tarde. La mayor parte de las niñas, sobre todo las que quieren dedicarse al ballet, comienzan a bailar con tres o cuatro años. Yo nunca tuve esa ambición. En realidad, no comencé a tomarme en serio la danza hasta el final de mi adolescencia, así que siempre he tenido esta sensación de recién llegada, de alguien ajena a este mundo. Disfrutaba mucho bailando, sabía que era buena, pero pensaba que, al no haber tenido una formación desde niña, jamás podría ser bailarina. Miraba al resto de mis compañeros como si fueran extraterrestres. La posibilidad de dedicarme a la danza estaba mucho más allá de lo que pudiera soñar hasta que una de mis profesoras se sentó conmigo y me dijo: “Stephanie, tienes mucho talento y creo que podrías dedicarte a la danza de manera profesional”. Eso fue todo lo que necesité, un mentor. Estoy tan agradecida con esa persona hoy en día… fue una catalizadora que me llevó a presentarme a audiciones, a estudiar danza, a lograr una beca de aprendizaje.

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