Stephan Janson: ¡Libertad!

Por Luis Arias

Poco conocido en España, este dandi franco-italiano, diseñador de ropa exquisita, comenzó su carrera en el vibrante París que siguió al 68, se trasladó a Nueva York en el arranque vertiginoso de los años ochenta y terminó instalándose por amor en Milán, donde creó su marca en 1989. Su genuino talento, forjado junto a grandes maestros, le impulsó a la dirección artística de algunas de las más legendarias marcas italianas, aunque siempre le ha incomodado la severa ortodoxia del gran negocio de la moda. Íntegro, obstinado e insumiso a las tendencias, un aliento humanístico impregna su trabajo, consagrado sin artificios, sin flirteos culturales, sin trampa ni cartón, al cuerpo (y al alma) de las mujeres. 

Usted es francés, pero lleva mucho tiempo viviendo en Italia, ¿le resultó fácil adaptarse al estilo de vida de ese país?

Vivo en Milán desde hace 41 años. Cuando llegué, me pareció una ciudad muy cerrada, pero conseguí adaptarme fácilmente gracias a mi novio (me mudé por él), un milanés que me presentó a todo el mundo … Viniendo de Nueva York, Milán, a medio camino entre una capital de provincia y una capital económica, me resultó relajante. Me sedujo la forma de vivir de los italianos. Son espabilados, ingeniosos, excéntricos, y no se toman demasiado en serio a sí mismos. También me asombró la naturalidad con que, en el mismo grupo de amigos, se mezcla gente de edades y estatus sociales diferentes… En fin, Milán era muy estimulante y ¡todavía lo es!

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Su carrera comenzó en París en los años setenta, ¿cómo era entonces el mundo de la moda?

La pasión por la que sería mi profesión me llegó muy pronto, a los ocho años, cuando vi el famoso vestido Mondrian en la portada de una revista. Saint Laurent se convirtió automáticamente en mi mito y cambió para siempre mi destino. Desde la casa de mis abuelos en la Provenza, donde crecí, veía París como la capital de un mundo de ensueño. Mis padres vivían allí y cada día les suplicaba que vinieran a por mí. Finalmente los convencí. ¡Yo tenía solo catorce años, pero estaba dispuesto a comerme el mundo! En la sociedad francesa post 68 hubo un estallido generalizado de libertad: la sexualidad, las drogas, la música soul… Un reflejo de este espíritu fue el boom del prêt-à-porter: la moda se hizo más democrática, proliferaron las boutiques… Para colmo, una amiga de mis padres, la bailarina Zizi Jeanmaire, me presentó a Yves, mi ídolo, y a Pierre Bergé, su compañero. Sin importarles mi edad, me “adoptaron” enseguida e iniciamos una amistad para toda la vida.

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