Pepe Domínguez y el gólem en el pasillo

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Peligrosa dinámica, 2020; Óleo sobre lienzo;150 x 150 cm

Vivimos tiempos de efervescencia asombrosa en el mundo del arte español. Una nueva generación de artistas, que han retomado las técnicas atemporales, surge con voz propia. Siendo tan jóvenes, ya tienen muy claro su expresión y su camino. Contra una larga monotonía de arte excesivamente conceptual en este país, estos artistas hablan desde lo figurativo, proponiendo un lenguaje profundo que se inspira en la gran tradición de la pintura española, pero que no niega una interesantísima correlación con el arte europeo y americano de estas últimas décadas. Uno de estos artistas es Pepe Domínguez. 

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Pepe Domínguez Primeras moradas, 2020 Óleo sobre lienzo 130 x 97 cm

Una casa no es un hogar pero una silla puede hacer una habitación. Vivimos en lugares que no habitamos y no nos damos cuenta que vamos dejando nuestro ser en los pequeños objetos que nos rodean. Dice Ramón Andrés que por humilde que sea, todo objeto es una pequeña lámpara. Todo guarda una tímida luz, y “una misma llama puede encender cada rostro del mundo, y cada rostro encender un rincón desconocido de nuestra casa, que creíamos siempre en sombra”

Pepe Domínguez es sabedor de muchos pequeños secretos. Su falsa timidez nos engaña, pues su silencio es observación, es encender esa luz para encontrar esas pequeñas lámparas. 

Es cierto, toda su pintura es luz, pero es también esquina y pasillo. Me lo puedo imaginar de niño, esperando en el quicio de la puerta de su cuarto y mirando el pasillo oscuro. Por allí podía pasar un gólem, esos seres de barro que alguien les pone alma. Por entonces Pepe no sabía como encender esa lámpara en el gólem pequeño que aparecía por el pasillo. Pero su silencio le dio la paciencia para descubrir en su pintura cosas vivas, poderosas y orgánicas. Y demostrar que, por un impulso primordial, el no-ser siempre tiende al ser, tiende a encontrar su alma. 

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Torso negro, 2020 Óleo sobre lienzo 73 x 50 cm

Una trampa para entrar en una habitación, una fina cuerda. Un espejo lleno de manchas de azogue que ya no devuelve nuestro reflejo. El interior de un armario, casi como una caja de Joseph Cornell, con pequeñas fotografías borrosas del pasado, cromos de la infancia borrados por el tiempo. Entonces aparece el gólem, ese gólem narciso, que se ha bañado y que se mide, como hacíamos cuando éramos pequeños, con esos metros de tela blandos de sastre. 

En esa luz incierta de la tarde, que Pepe aún siendo tan joven, capta ya con una técnica muy depurada, él nos enciende la luz. Y al fin, a través de sus cuadros misteriosos, reencontramos nuestro ser inalcanzable que había estado durante años en sombra. 

Guillermo Martín Bermejo @gmbermejo