LA FIESTA ERA ÉL

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Photography courtesy of Musée des Arts Décoratifs

Controvertido y fascinante a partes iguales, Paul Poiret fue, para muchos, el primer gran genio de la moda contemporánea –por mucho que a Gabrielle Chanel le pese–. Un faro visionario y precursor que enunció algunas de las claves sobre las que la industria sigue cimentada hoy y al que, por primera vez, el Museo de las Artes Decorativas de París le dedica una (merecida) retrospectiva.

Álvaro Fernández-Espina 

24 de junio de 1911. Al caer el sol sobre París, el diseñador Paul Poiret abrió de par en par las puertas de la mansiónl Pavillon du Butard, para dar comienzo a la lujosa fiesta «Las mil y dos noches». La invitación estipulaba que los asistentes debían vestir trajes de estilo persa y que, si aparecían con otro atuendo, tendrían que marcharse o cambiarse por un diseño del modisto. En el centro de la acción, él mismo, interpretando el papel de un sultán en un magnífico trono, ataviado con un batín de seda, coronado por un turbante rematado con una obscena piedra preciosa, obsequió a cada invitado con un frasco de su nueva fragancia, «Nuit Persane».

La escena pertenece por derecho propio a la Historia de la Moda –con mayúsculas–. Por muchas razones. No solo por las obvias. También porque el francés, además de un olfato estético imbatible y un talento innato para el diseño, tenía espléndidas habilidades para el márketing: fue el primer diseñador en darse cuenta de que la moda podía venderse encapsulada bajo el halo de un estilo de vida. En el vibrante panorama de la moda de principios del siglo XX, pocos nombres resonaron con tanta fuerza como el de Poiret. Considerado uno de los grandes revolucionarios del diseño, transformó la manera de vestir de las mujeres al romper, literalmente, con las estructuras que oprimían sus cuerpos y su libertad. Su obra, hoy reivindicada en la exposición La Mode est une Fête, en el Museo de las Artes Decorativas de París a partir del 25 de junio (exactamente 114 años y un día después de la gran resaca de aquella legendaria fiesta), confirma que fue mucho más que un modisto: fue un visionario.

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Photography courtesy of Musée des Arts Décoratifs

Sus vestidos, de líneas sueltas y caídas fluidas, no solo ofrecían comodidad, sino una nueva forma de entender la elegancia: libre, moderna, y profundamente femenina. “Poiret diseñó para una mujer que se movía, que respiraba, que vivía”, explica Marie-Sophie Carron de la Carrière, comisaria de la muestra, quien describe al diseñador como “un artista total, que pensaba la moda como un arte de vivir”.

Pero su genialidad iba mucho más allá de los tejidos y las siluetas.

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