La Fundación MAPFRE abre 2021 con dos exposiciones distantes en estilos, pero protagonizadas ambas por grandes artistas. A partir del 10 de febrero el expresionismo alemán de Jawlensky se vuelve protagonista. Un día más tarde, también en la Sala Recoletos, se inaugura la muestra de la menos conocida fotógrafa japonesa, Tomoko Yoneda (desde el 11 de febrero).
La de Jawlensky, firmada junto al Musée Cantini de Marsella, profundiza en los retratos del pintor del siglo xx. Fue pionero en el desarrollo autónomo de una pintura que se encaminaba hacia la abstracción.
Aunque sus obras son parte de las colecciones de los principales museos del mundo, para el gran público es una figura casi desconocida, a la sombra del arte de su amigo Kandisnky, con el que participó en la formación del expresionismo alemán, a través de la Nueva Agrupación de Artistas de Múnich y de su agrupación en El Jinete Azul.
El paisaje del rostro es, por tanto, un homenaje a la trayectoria del pintor ruso, desde los inicios de su carrera en Múnich hasta la transformación que experimenta su pintura en Suiza y sus últimos años en la ciudad alemana de Wiesbaden.
Durante sus primeros años se centra en naturalezas muertas, paisajes y retratos, en un estilo deudor del postimpresionismo, que derivará paulatinamente en un uso del color cada vez más intenso e independiente, encaminado al fovismo.
Le estimulaba la realidad visible, pero no se limitó a representarla tal cual; por el uso emocional del color sus trabajos parecían espejismos pictóricos, sin ápice de naturalismo. Inspirado también, como tantos otros artistas de la generación, por el lenguaje musical, su trabajo se basa en series y reapariciones de elementos constantes, casi obsesivos.
Adquirió la maestría en el trazo de las íntimas y expresivas líneas del rostro, retratos que indagan en las facciones humanas. A través de la sencillez de sus formas, el conjunto de su obra adquiere un misticismo constante, que se cobija en la viveza de los colores. Tanto en las Cabezas místicas, como en las Cabezas geométricas y en las Meditaciones, hay en las pinturas una batalla entre la plasmación del individuo y la reducción de este a un arquetipo.
A partir de 1929 padeció una dolorosa artritis que afectó irremediablemente a su trabajo: compensó la reducción del tamaño del formato con un mayor desarrollo de la espiritualidad y expresividad del color.
Obligado a refugiarse en Suiza durante la Primera Guerra Mundial, fija su atención en una misma escena de paisaje, que utiliza como medio para indagar en el cromatismo: Variaciones, una producción algo más seria que, con variaciones no solo en el color, si no en el formato, con un gusto por la verticalidad frente a las obras apaisadas que caracterizaban este género.
Cuatro años antes de su muerte (1941), completamente paralizado por la enfermedad, Jawlensky subraya en el dictado de sus memorias la importancia que en los inicios de su trayectoria artística tuvieron dos eventos religiosos. La asociación espiritual-artística es un denominador común en el pueblo ruso, para el que los iconos religiosos representan una substracción de la divinidad. Por eso se podría decir que dedicó buena parte de su carrera a realizar iconos modernos.
A pesar de la profunda evolución de su obra, en toda su producción subyace una búsqueda espiritual, casi religiosa, en la que forma y color sirven para expresar la vida interior. Consigue unir dos ámbitos que siempre se han considerado excluyentes en la historia del arte: la figuración y la ejecución formal de este, la abstracción.
El programa muestra el desarrollo de Jawlensky hasta convertirse en uno de los pioneros de la modernidad. Se hace evidente cómo el artista transitó todas las tendencias artísticas de su tiempo.