Irina Lazarenau: «Llamada de atención»

Con seis años escapó de la Rumania de Ceaușescu. Con 21 conquistó la indus-tria de la moda. Y con 32 se retiró. En ese impás, Irina Lazareanu cofundó No More Plastic, una organización dedicada a frenar la dependencia del plástico que hoy rige el mundo mientras asfixia el planeta. Esa misión era la que la traía a Valencia para cerrar la tercera edición del congreso Future of Fashion que debía haber tenido lugar el 30 de octubre. Una dana que hizo caer 784 litros de agua por metro cuadrado en apenas 24 horas y se llevó por delante puentes, pueblos y cientos de vidas no hizo posible que hablara en aquella convención. Pero ahora lo hace en estas páginas.

Por Laura García del Río

Pocas cosas le gustan más a la moda que un cuento de hadas. La Cenicienta que pasa de vender fruta en un mercado –demasiado a menudo de algún país de Europa del Este roto por la guerra, la deuda o la crisis política– a conquistar pasarelas y cabeceras internacionales, ver su foto en las vallas publicitarias y entrar por la puerta VIP en las fiestas. Lo que suelen dejarse en el tintero es la parte fea de la historia. Justo la que a Irina Lazareanu (Transilvania, 1982) le parece más importante contar. «Cuando tenía seis años, pasé uno y medio en un campo de refugiados, presenciando de primera mano los horrores de los que la humanidad es capaz», cuenta desde Montreal, donde hoy vive con su familia.

Antes de convertirse en favorita de Karl Lagerfeld y musa de Nicolas Ghesquière, de protagonizar las portadas de Vogue, Self Service y Numèro y las campañas de Anna Molinari, H&M y Tiffany & Co., de desfilar para Yohji Yamamoto, Alexander McQueen y Prada y romper el récord de apariciones en pasarela (casi cien) en una sola temporada, de lanzar su propia firma de ropa en –Rini by Irina, que fue un éxito en Japón–, y de posar para Steven Meisel, Paolo Roversi e Inez y Vinoodh, Lazareanu hacía cola con su madre, cartilla de racionamiento en mano, para hacerse con los 250 gramos de pan y el cuarto de litro de leche que las políticas de austeridad de Nicolae Ceaușescu concedían por día y persona a los ciudadanos de la República Socialista de Rumanía.

Su familia vivía bajo la mirada del gobierno desde que su abuelo Dumitri pasara varios meses en la cárcel, detenido como parte de la resistencia anticomunista que surgió después de la Segunda Guerra Mundial. Una mañana, hicieron las maletas y condujeron hasta la granja de sus abuelos maternos en Ratesti. Ella se quedó allí, cultivando maíz mientras sus padres cruzaban a Yugoslavia y pagaban a un conductor de autobuses para que los llevara al campamento de Traiskirchen, en Austria, donde se aseguraron la condición de refugiados con el requisito de que solicitasen la ciudadanía en cualquier otro país. Diez meses más tarde se subía a un avión para reunirse con ellos, y volar a Montreal, donde les dieron una vivienda, un estipendio para comida y clases de inglés y francés. Y el principio de una vida que, muchas veces, Lazareanu se ha cuestionado si merecía.

Durante un tiempo estudió ballet. Quería dedicarse a ello profesionalmente. Consiguió una beca para entrar en la Royal Ballet School y se mudó a Londres persiguiendo ese sueño. Cuando cumplía los 16 una lesión impuso un cambio de planes y alguien le sugirió el modelaje. Eran los años de Gisele, Karmen Kass y Eva Herzigova. Su belleza, andrógina y «algo peculiar», no cuajaba muy bien entre los directores de casting. Pero la resiliencia que da crecer como refugiada en un país extranjero del que no se conoce ni el idioma –aunque hoy hable siete– hace que las fauces de la moda no parezcan tan temibles. Con todo, y sin muchas expectativas, en 2004 se presentó al casting de Chanel. Se sentía como un renglón suelto en aquel pasillo lleno de chicas altísimas encaramadas a sus tacones. Karl pasó, seguido de su séquito, y recuerda cómo se paró, la miró durante un instante y siguió caminando. Cinco minutos después la llamaron. Y unas semanas más tarde estaba desfilando en la costura de otoño-invierno 2004. Han pasado veinte años e Irina sigue sin saber qué hizo que Lagerfeld se parara y volviera la mirada. Pero sí sabe que caerle en gracia al káiser fue un punto de inflexión. Aún recuerda a Virginie Viard vistiéndola. A una costurera deshaciendo el bajo de un vestido tijera en mano cuando, al espetar que era demasiado bajita para aquel diseño, el alemán le contestó: «Entonces corta el traje».

Mientras desfilaba para Chanel, Lazareanu se sumergió en la escena underground londinense, donde conoció a Pete Doherty, que la metió en los Babyshambles y le presentó a Kate Moss. La top la sugirió para una editorial en Vogue Italia. Al mes le dieron la portada. Empezaron a llegar las campañas, los editoriales, las sesiones con los grandes, y hasta anuncios de televisión. Nicolas Ghesquière la convirtió en su modelo fetiche de pruebas, haciendo colecciones enteras sobre ella. Llegó a convertirse en la quinta modelo mejor pagada del mundo. «Literalmente pasé de un banco en el parque a Park Heights», cuenta. Pero «a medida que crecía me encontré a mí misma intentando encajar y ajustarme a las normas sociales. El éxito como modelo en la industria de la moda me llevó a convertirme en parte de esa maquinaria, tratando de cumplir las expectativas de todo el mundo hasta que perdí de vista quién era en realidad».

En 2014 hizo su última sesión para 7 Post Magazine con Paolo Roversi, Freja Beha y Saskia de Brauw, y desapareció. Necesitaba reencontrarse, cuenta. Viajó. Escribió. Compuso. Se retiró un tiempo a vivir al campo. Empezó a trabajar en sus memorias, que publicó en 2022 bajo el título Runway Bird. Pero el punto y aparte lo marcó tener a su hijo River con Drew McConnell, bajista de Babyshambles y de la banda de Liam Gallagher. «Todo cambió cuando me convertí en madre. En el momento en el que mi hijo entró en mi vida empecé a ver el mundo con otra óptica. De repente las razones para luchar por este planeta resonaron en mi». Ese mismo año, mientras trabaja como consultora para firmas como Louve Designs, cofundó junto a Rosalie Mann No More Plastic, una fundación creada para abordar la contaminación de los plásticos y los micro plásticos que, dice, «ya se ha convertido en un problema de salud pública».

PULSA AQUÍ para acceder al artículo completo

VALENCIA