Por Carmen Lanchares
“Crear una fragancia es una cuestión de mente, inspiración y buenos ingredientes”. Así resume Erwin Creed la esencia de lo que debe ser un perfume, al menos en Creed. Más de 260 años después de la creación de la firma, originalmente dedicada a la sastrería a medida y en la actualidad consagrada en exclusiva a la creación de perfumes, esta empresa familiar que ha ido pasando de padres a hijos durante siete generaciones ha iniciado una nueva andadura en la recientemente creada división de belleza del grupo de lujo Kering, una plataforma cuyo objetivo es potenciar el desarrollo de la marca, incentivando la creatividad y sin perder ese legado de saber hacer, excelencia y refinamiento que la ha dado fama, primero en la costura y luego en la perfumería
“De padres a hijos”. Ese es el lema inscrito en muchos de los frascos de perfumes Creed, y el credo que desde 1760 ha ido pasando de generación en generación de House of Creed, un negocio que comenzó en una sastrería londinense que se convertiría más tarde en proveedor oficial de la casa real británica y cuya fama traspasó fronteras, vistiendo a la nobleza y aristocracia europeas. Entre sus ilustre clientela figuraba la reina Victoria o la emperatriz consorte Eugenia de Montijo, icono de moda de la época y quien, dicen, elevó el reconocimiento y el prestigio de Creed a un nuevo nivel entre la realeza europea al aparecer en la inauguración del canal de Suez con un vestido de sarga de inspiración náutica que dejaba una estela de perfume de jazmín. De hecho, bajo los auspicios de Eugenia y Napoleón III, Henry Creed, hijo del fundador, abrió una segunda sastrería en París, todo un hito por ser el primer sastre inglés en afincarse en la ciudad. Hoy, siete generaciones después, House of Creed mantiene su buen nombre como marca de culto en el complicado universo de la perfumería. En efecto, Creed es en la actualidad una prestigiosa firma de fragancias de lujo que respira el espíritu de refinamiento de aquella sastrería famosa entre las élites.
Como decíamos, el origen de esta saga comenzó en aquella sastrería que a mediados del siglo XVIII acaparó la atención de la alta sociedad londinense por la impecable factura de sus trajes como por un pequeño (pero no banal) detalle de sibaritismo que la distinguiría del resto: añadir unas gotas de perfume, creado por el propio James, a las prendas y artículos que compraba su elegante clientela. Una reputación que creció cuando el sastre entregó al rey Jorge III unos guantes de piel perfumados, como era costumbre en la época para disimular el olor del curtido. Cuenta la leyenda que la fragancia cautivó de tal forma al monarca que pidió a James que le crease un perfume. Nacía así Royal English Leather, la primera fragancia de Creed.
PULSA AQUÍ para acceder al artículo completo…