Gucci lo ha vuelto a hacer: con su nueva campaña Gucci Lido, la firma italiana redefine el concepto de lujo veraniego con una propuesta que es pura evocación, estilo y libertad. Inspirada en los emblemáticos lidos de las costas de Italia, esta colección cápsula captura la esencia del verano con una estética cinematográfica y un aire de sofisticación relajada. Con diseños en rafia, croché, mimbre y tejidos ligeros, no solo viste la temporada, la convierte en una experiencia sensorial cargada de nostalgia, frescura y ese deseo irresistible de escapar del ritmo cotidiano. Una oda al tiempo pausado, a la belleza espontánea y al arte de vivir con elegancia bajo el sol.

Lo primero que llama la atención es cómo han conseguido capturar esa energía tan única del verano, sin recurrir a clichés. Las imágenes firmadas por Jim Goldberg no son una simple muestra de prendas y accesorios, sino fragmentos de historias que podrían ser nuestras. Vemos momentos de intimidad entre amigos, instantes robados al atardecer, paseos junto al mar donde lo importante no es a dónde se va, sino con quién se está. Las fotografías tienen una calidez especial, casi como si fueran recuerdos en lugar de escenas montadas. Todo parece fluir con naturalidad, sin poses ni artificios.


Esta sensación de autenticidad se traslada también al vídeo, que acompaña visualmente la narrativa. La dirección se aleja de lo clásico y apuesta por un enfoque más libre, más visceral. Las tomas se mueven con el viento, con el cuerpo, con la luz cambiante del día. La ropa acompaña el movimiento sin imponerse. Es ropa que respira, que invita a moverse, a detenerse, a simplemente estar. No hay estridencias, todo está en su lugar, como si lo hubiéramos vivido antes sin darnos cuenta.
Lo que proponen con esta colección es una reinterpretación del armario estival con un enfoque fresco y atemporal. Las formas son cómodas y elegantes al mismo tiempo, pensadas para acompañar al cuerpo sin limitarlo. Aparecen fibras como el yute, el lino, tejidos de apariencia artesanal que conectan con lo hecho a mano, con lo simple y auténtico. Hay bolsos tejidos, calzado en gamuza suave, texturas que piden ser tocadas. Todo transmite una sensación de cercanía, como si las piezas hubieran sido encontradas en una escapada inesperada.

Uno de los grandes aciertos está en la paleta de colores. Tonos tierra, verdes suaves, toques de azul profundo que recuerdan al mar en calma. Lejos del exceso de colorido que a veces se asocia al verano, aquí todo se siente más contenido, más sofisticado. Los estampados, cuando aparecen, lo hacen con sutileza. El clásico monograma, reinterpretado en vaquero ligero, y algunos guiños florales aportan ese aire nostálgico sin volverse evidentes.
Los complementos cierran el conjunto con coherencia. Las gafas tienen líneas limpias, ligeramente retro pero con un enfoque moderno.
Las piezas de joyería, delicadas y con guiños a los emblemas de la casa, aportan luz sin robar protagonismo. Incluso el calzado deportivo tiene un giro refinado que lo hace funcionar tanto en un paseo costero como en una cena al aire libre.
Lo que más me atrapa de esta propuesta es la forma en la que todo parece pensado para durar, no solo como prenda, sino como recuerdo. No hay urgencia en las formas ni en los gestos. Se celebra la pausa, lo cotidiano convertido en extraordinario. Una charla al borde del agua, una carcajada compartida, un silencio con sabor a sal. Esa sensación de que no hay que hacer nada para que el día valga la pena, porque ya lo vale en sí mismo.

Es difícil decir qué es lo que más destaca, si la selección de materiales, la paleta tan bien equilibrada o el espíritu libre que atraviesa toda la propuesta. Pero tal vez lo más valioso sea la manera en que consigue transmitir un modo de vivir el verano que no está ligado a un lugar, sino a una actitud. Esa forma de mirar el mundo con menos prisa y más atención, de reconectar con lo esencial. Y eso, más allá de cualquier tendencia, siempre estará de moda.