“Para mí, el arte es diálogo. Nos escucha y refleja algunos de nuestros sentimientos aún no verbalizados”
Por Javier Molins
El arte por el arte. Y qué mejor que dos figuras representativas en sus respectivos campos para hablar de lo que les une y lo que les apasiona. Desde su estudio en Berlín, el artista Olafur Eliasson responde al comisario y asesor Javier Molins en un mano a mano que empieza preguntando por la obra más reciente del artista islandés-danés hasta llegar al significado más profundo del arte y la cultura.
El año empezó para Olafur Eliasson, como acabó el anterior; con un ritmo frenético. Acaba de clausurar una exposición en Palazzo Strozzi de Florencia y otra, en el Castello de Rivoli de Turín, permanecerá abierta hasta finales de marzo pero, a pesar de ello, su estudio no para de trabajar en nuevos proyectos. Un estudio ubicado en el barrio berlinés de Mitte y que, en los momentos de mayor actividad, llega a reunir a más de cien trabajadores que se dedican a materializar las ideas de este artista nacido en Copenhague en 1967 y cuyo trabajo se ha caracterizado por ofrecer experiencias inmersivas mucho antes de que esta expresión se adueñara de la actualidad artística con un significado muy diferente.
Veo que estás trabajando en un gran túnel compuesto por un gran número de piezas de colores. ¿Podrías explicar en qué consiste esta obra?
Últimamente le doy vueltas a cómo hacer explícito el tiempo, el paso del tiempo. A la idea de que el tiempo no es algo que obtienes, recibes o en lo que estás, sino algo que creas. Yo no diría, por ejemplo, que formo parte de un tiempo, sino que estoy fuera, atiempándome. Eso me gustaría: convertir el sustantivo, tiempo, en verbo, acción. Volverse tiempo, hacerse tiempo. El túnel trabaja esa idea, pero a veces el túnel es un puente. La idea se basa en una serie de trabajos anteriores, también, en los que trabajo con la idea de hacer visible, explícita la experiencia temporal. Por supuesto, toda experiencia es temporal, pero en la historia del arte, existe la suposición de que, por ejemplo, cuando miras un cuadro, un gran cuadro, ese momento es atemporal. También se puede decir de un diseño, que es tan genial que es atemporal. Así que a menudo el arte se asocia con una experiencia más allá del tiempo. Y el problema con eso es que desmaterializa, se lleva por delante lo físico y se convierte en algo muy metafísico. Me gustaría plantear que el tiempo está en el espectador como algo que realizamos físicamente. Hay una actividad física ahí. Así que todo mi trabajo en relación con estar presente como cuerpo, por ejemplo, en una institución artística, tiene que ver con el movimiento y es casi como una danza, para hacer explícito o dejar claro que estar frente al arte, estar en el arte o estar fuera del arte, si se quiere decir, tiene que ver con la presencia de tu propio cuerpo, de uno mismo.
Eso tiene que ver con reconocer el paso del tiempo o la temporalidad o el proceso del tiempo, se podría decir. Todas estas consideraciones hicieron surgir mi interés por las obras de arte que no tienen un lugar desde el que son perfectas. Hay un agujero en ese túnel y, como decía antes, el túnel es un puente. No hay una posición correcta. Un túnel lo atraviesas, y al atravesarlo, ese tiempo que lleva, y la experiencia sobre esa secuencia, es la forma correcta de verlo. Sucede lo mismo con una película o un libro de los que se puede decir que son agradables, pero, por supuesto, no hablamos de una palabra en el libro, sino de la lectura y el proceso. Así que esa es la base sobre la que creció el túnel.
Entonces, supongo que, como en muchas de sus obras, si no en todas, el espectador es realmente importante.
En mi obra, siempre he trabajado mucho con el ojo del espectador y su papel. Me interesa mucho el espectador que está fuera mirando la obra. ¿Es un participante, un cocreador, un coautor? ¿Es la obra una obra si no hay espectador? ¿Es la obra una representación de otra obra en otro lugar? Supongo que si nos remontamos mucho tiempo, lo que se cuestiona es la idea de que el espectador es la perspectiva central sobre la que se ha construido una jerarquía que a menudo resulta en la supresión del tiempo. Es decir, la perspectiva central era como la vista perfecta, el punto de fuga, una especie de ojo, tal vez incluso Dios.
Luego, por supuesto, esta perspectiva se descentralizó, pasaron cosas… Pero esta idea del ojo y la jerarquía, por supuesto, siguió siendo muy cuestionable. Llegaron entonces, no solo estas mías, sino un buen número de ideas antroposóficas, alternativas y otro tipo de ideas arquitectónicas sugiriendo el proceso de devenir espacio. Esa es, tal vez, una idea plausible: dice que, en lugar de esta dicotomía o esta idea tan binaria de espacio y sujeto, persona y espacio, tal vez hay una regla diferente y quizás la persona se «espacie» y el espacio se «personifique». La fenomenología se abrió a eso hasta cierto punto. La filosofía continental pasó a reconsiderar las reglas.
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