Entrevista a Marie Hartig

El lienzo de cuatro paredes por Marie Hartig

Es complicado saber en qué parte del mundo buscar a inst (1977, Tokio). Aunque el estudio de la artista mural se ubica en Viena, el día de nuestra entrevista adelanta que se conectará desde el móvil con el horario de Cancún. Llevarse el portátil a la piscina sería arriesgado, además de incómodo, sobre todo si se va a conversar desde una hamaca rodeada por palmeras. La imagen que emerge de la cámara frontal – el selfie de su cara lavada, tapada parcialmente por la melena rubia, que se despeina de vez en cuando por la brisa tropical– sugiere un ambiente más vacacional que profesional, pero es que pocas cosas en la vida de Hartig resultan convencionales.

Criada por una pareja de diplomáticos austriacos, la muralista es de ningún sitio y de todas partes, de vocación volátil pero perseverante en todos los caminos que ha recorrido. Después de pasar los primeros años de su vida viajando por Japón, Pakistán, Kenia y Alemania, se asentó un tiempo en Kent para asistir al Instituto de Arte y Diseño. Poco después y cerca de allí, en el Guildhall de Londres, obtuvo su licenciatura en Bellas Artes y Comunicación para finalmente completar un máster en Política Global en Birkbeck.

Marie Hartig

Entre medias, asistió a un –como ella define– “típica escuela de arte londinense” donde la presión para que fuesen los nuevos grandes artistas modernos– “alguien como Damien Hirst”– fue altamente ineficaz. Lo único que consiguieron es que soltase los pinceles y cogiese las cámaras, fundando junto con su socia Paula HOBEN.TV en 2006. Una productora que le permitía seguir con un estilo de vida nómada al viajar regularmente para las presentaciones internacionales de directores de cine. De aquello recuerda que “fue muy creativo y me rodeé de muchas personas, muy divertido e interesante”, por lo que las cosas no parecen haber cambiado en ese aspecto, aunque sí en todos los demás, como en el medio y en el soporte.

Marie Hartig

La transición fue en 2012, cuando lenta pero firmemente cogió las pinturas y se enfrentó a un gran lienzo en blanco para un regalo especial: quería dar vida a las paredes del dormitorio de su ahijada. Allí creció una selva de hojas sobredimensionadas y flores silvestres habitada por un león somnoliento posado sobre la rama de un árbol y un mono trepando hacia abajo asomado a su cuna. De pronto, Hartig pensaba: “Vaya, pintar a lo grande es mucho mejor, y además sé hacerlo”. De hecho, lo hacía tan bien que el boca a boca hizo el resto. A día de hoy, divide su tiempo entre Viena, Londres y cualquier otro lugar que necesite de la exuberancia y el colorido de sus paisajes vegetales.