No es solo un vestido bordado con lentejuelas debajo de un chubasquero amarillo. En manos de Miuccia Prada y Raf Simons el look 45 de la última colección de la firma italiana es una invitación a pensar por libre.
Por: Laura García del Río

Lo que vemos nos influye. La pregunta es quién decide lo que vemos. Internet es una caja de resonancias. Un bucle infinito en el continuo que se retroalimenta para mostrar solamente lo que ya ha identificado, definido y empaquetado como percutor de visitas (y a ser posible compras) a medida del espectador. La sucesión de microtendencias con el sufijo core –ahora tocan el moca y el grandmacore– que se ha apoderado de la moda tiene ahí su empuje. Desde aquellas primigenias cookies se ha perfeccionado la fórmula, y además se ha vendido como la panacea de la personalización.
Declamar que el algoritmo ha matado la moda es, tal vez –y solo tal vez–, una concesión al dramatismo. Pero sugerir que ha homogeneizado el vestir hasta hacer del estilo personal –énfasis en el personal– una flagrante excepción, es bastante legítimo. Hoy puedes saber cuántas horas pasa alguien delante de una pantalla concatenando story tras story y reel tras reel solo con ver lo que lleva puesto.
Donde un bolso, un abrigo o unos zapatos solían ejercer de signo social, económico o ideológico, ahora delatan si sigue a Wisdom Kaye, le regala likes a Emma Chamberlain o está suscrito al Substack de Zara Wong. “Todo lo que nos gusta, es porque otras personas nos lo están instilando”, ponderaba Miuccia Prada en el backstage del desfile de mujer de primavera/verano 2025 ante una ristra de teléfonos empuñados por reporteros ávidos de alguna migaja de contenido.

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