EL GROTESCO: LA FANTASÍA OLVIDADA Pequeña oda a un arte monumental

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Ilustración de Juan Bertoni (@bertonijuan)

Con el gusto por la belleza democratizado y la exigencia estética en todo lo que nos rodea, parece extraño que nadie haya reparado en elogiar un arte diminuto en tamaño, pero de gran envergadura conceptual: el grotesco.

Tipología artística con derecho propio para unos y mero ornamento decorativo para otros, los motivos considerados como “grotescos” tienen mucho más que ofrecer que el mero disfrute visual.

Descubiertos en la Roma del siglo XV, los grotescos emergieron de los hallazgos arqueológicos de la Domus Aurea del emperador Nerón, y más concretamente de las pinturas murales que decoraban las salas de este suntuoso palacio. Como fenómeno viral de la época, los artistas y curiosos se desplazaron hacia este enclave para admirar dichas decoraciones y reproducirlas en bocetos, valiéndose de cuadernos en lugar de teléfonos de última generación. La afición por visitar estas estancias subterráneas conocidas como grutas (“grotte”), sacaría a la luz un gran repertorio pictórico a base de pequeños motivos ornamentales, que acabaría conociéndose con el nombre de grotescos.

Así como las ciudades clásicas están lejos del minimalismo y la pulcritud del mármol que reside en el imaginario colectivo, los interiores de las viviendas aristocráticas de la antigüedad eran espectadores de una exuberante y complaciente decoración: pinturas con escenas de festejos – muchas veces erotizadas -, follajes y otras formas semivegetales, animales y criaturas híbridas, que formaban parte de un repertorio ornamental a caballo entre el territorio del mito y la imaginación. 

EL GROTESCO: LA FANTASÍA OLVIDADA
Grotescos. Anónimo italiano del siglo XVI (MET Museum, Nueva York)

EL REFUGIO DE LA BELLEZA Y LA FANTASÍA

 

Roma, patrimonio por excelencia de la belleza, albergó la variedad de esta decoración all’antica, que empezó rápidamente a popularizarse y extenderse por Europa, fruto de los virtuosos grabados de aquellos que visitaron las grotte del Esquilino. La difusión de la fórmula del grotesco alcanzó territorios diversos en el campo artístico, logrando su máxima expresión en los lugares más pequeños que uno pueda esperar. Con proporciones reducidas, estos adornos – que provienen de lugares recónditos de la imaginación – emergen en los sitios más nobles e insospechados: es fácil encontrarlos en ornamentos de frisos, márgenes de libros y hasta en las joyas más elaboradas.  Ninguna superficie se libra del encanto y capricho de estas decoraciones, que miran con desdén al arte elevado.

 

Seres monstruosos, elementos retorcidos, erotes, figuras antropomorfas y vegetales se despliegan de forma intrépida, sedientas de deseo de libertad. Estos elementos crean una atmósfera que conmueve profundamente, y que aporta serenidad pese al dinamismo y movimiento de su naturaleza grácil. Al admirar estas decoraciones, con sus escenas abarrotadas, sensualizadas y cómicas, corremos el riesgo de perdernos entre sus personajes. Por alguna misteriosa razón, nos sentimos atraídos por imágenes que escapan de lo racional, y al contemplarlas, podemos sumergirnos en una especie de trance que nos libera de la cotidianeidad y nos permite fantasear.

 

 

El carácter dual de los grotescos es lo que los hace tan contemporáneos. Nos perturban, igual que lo hicieron en su tiempo – con algunos detractores y apreciaciones peyorativas a lo largo de la historia – porque hablan de la condición humana y la forma que tenemos de ver el mundo. En nuestra contrariedad como individuos, gravitamos entre sensaciones y emociones, junto al pensamiento racional y la moralidad, así como lo hacen los grotescos – con su mezcla de movimiento y simetría, rigor e inconsistencia, trivialidad y originalidad -. Las figuras desvergonzadas de estas decoraciones se nos antojan extrañas, quizá porque lo lúdico e intrascendente cada vez nos es menos familiar. Lo banal aterroriza, porque creemos que el sentido de la vida tiene que ser notable y fantasear está mal visto. 

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Ilustraciones de Juan Bertoni (@bertonijuan)
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Ilustraciones de Juan Bertoni (@bertonijuan)

No debemos olvidar la fantasía, ni encontrar desdicha en lo que provoca placer. El encanto clásico de estas formas nos sigue seduciendo, porque con sus movimientos retorcidos y su dosis de irrealidad nos recuerdan la importancia de disfrutar y dejar volar la imaginación. “El grutesco trae esa alegría despreocupada a la que es necesario hacerle un sitio”, como bien dijo André Chastel. Y en su diminuto tamaño se encuentra todo el detalle y sentido de la vida, ya que admirarse ante las cosas pequeñas con la ingenuidad de un niño debería ser la hoja de ruta. Bien lo sabe el artista Juan Bertoni, quien ilustra magistralmente este tema. No en vano, es un abanderado del lema “don’t forget to play”: un principio que ha seguido al ilustrar un elemento, el grotesco, tan eterno, verdadero y perpetuamente moderno como la ciudad que lo vio crecer.

 

Redacción: Laura Martínez Cámara

 

Ilustración: Juan Francisco Bertoni

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