Rodrigo Cortés se reúne con White Paper by para charlar sobre su nuevo proyecto cinematográfico, El amor en su lugar, en salas el 3 de diciembre.
Rodrigo Cortés (Ourense, 1973) se mantiene tremendamente ocupado por impulso primigenio. El comunicador salamantino lleva ya más de veinte años encadenando proyectos, para los que emplea toda la clase de medios de expresión que tenga a su alcance: prensa escrita, películas, podcast, novelas, guiones…
El siglo XX comenzaba con el debut de un Cortés de 27 años, que ya daba muestras de su ingenio y humor con un brillante corto, 15 Días (2000), protagonizado por un sujeto que vive a base de productos de prueba de la teletienda. El medio centenar de galardones que recibió este formato de falso documental le dio la oportunidad de llevar a cabo su primer largo, Concursante (2007). Volvía a irrumpir con fuerza y originalidad con un guion rescatado de la escena hollywoodiense, en el que nadie ponía esperanzas: Buried (2010), un éxito en el festival de Cannes, aclamado por el vertiginoso montaje– también obra del cineasta– capaz de ubicar casi la totalidad de la historia en el interior de una caja, sin perder un ápice de ritmo.
A día de hoy, atesora otros tres largometrajes con actores internacionales de la talla de Robert de Niro o Uma Thurman, pero siempre manteniendo los pies en la tierra y las manos sobre el teclado. Además de la publicación habitual de divertidos tweets, es autor de dos disparatados libros de antiaforismos: A las 3 son las 2 (2013 ) – publicado el mismo año que iniciaba su columna de juegos de palabras en ABC– seguido de Dormir es de patos, textos que define como “mi cerebro en fuga”, una mente a la que prácticamente se le escapan las ideas.
Para aquellas que no consigue retener en la página, las captura en el estudio de grabación, donde colabora en los podcasts sobre literatura y cine de Aquí hay dragones y Todopoderoso. Pero todo eso no ha sido suficiente para cubrir esas ambiciones creativas que prefiere que sean obligatorias. Este 2021, además de la publicación de Los años extraordinarios, estrena una nueva película, El amor en su lugar (2021).
Idea del reconocido novelista alemán David Safier, este último proyecto hace gala de la sensibilidad del director español, al coadaptar la tragedia Milosc Szuka Mieszkania (“El amor busca apartamento”), la obra de teatro escrita y representada por los judíos polacos presos en el gueto de Varsovia en el invierno de 1942, a los que quiere honrar por “encender una llama titilante en mitad de las tinieblas”.
¿Cómo fue pasar de la pluma a la cámara?
En mi caso no hay cámara sin pluma, ni pluma sin cámara. Siempre he escrito, pero evidentemente no siempre he rodado, porque es mucho más complicado logísticamente, pero incluso, cuando he rodado, casi siempre he escrito el material que he trabajado.
Son formas de narrar, sin embargo, muy distintas. Hay que ponerse gorras diferentes, y así como la literatura es el arte de la invocación y de la generación de ideas y resonancia a través de la sensorialidad de la palabra, en el cine el lenguaje es más conciso y los personajes se definen a través de lo que hacen, las decisiones que toman, de alguna manera es el lenguaje de la acción.
Son oficios completamente distintos ¿cree que la literatura empapa sus películas?
Trato de separar mucho los dos medios y, de hecho, creo que hay una forma muy pura del cine, que antes o después abordaré, que sería el hacer una película entera sin palabras, confiando solamente en la imagen y el sonido. Lo cual no supone ninguna renuncia a la palabra, de forma personal. Discuto siempre esa aseveración de que una imagen vale más que mil palabras. En el caso del cine, es en los diálogos donde puedes hacer uso de ese goce especial que siente a la hora de colocar la sílaba precisa en el momento preciso.
Y esta no es una excepción, porque “El amor en su lugar” es una película sobre el teatro, donde la palabra es fundamental. En este caso, además, se desarrolla casi en dos niveles porque es muy diferente cómo se expresan los actores mientras representan la escena, de esa forma más popular, accesible y exuberante. Y cómo se expresan ellos de verdad, cuando cae el telón y están entre bambalinas y su único motor es vivir media hora más.
Está claro que tuvo que ser todo un reto interpretativo para los actores.
Sí, es un circo de tres pistas. Tienes que manejar tres niveles de narración diferentes, incluso cuando das instrucciones a los actores. Porque una cosa es la obra en sí, que tiene su propio lenguaje y hay que llegar a la última fila. Otra cosa es lo que ve el público, ignorante de las verdaderas emociones de los actores, y otra cosa es lo que sucede cuando acercas la cámara a medio metro de ellos, y puedes ver lo que el público no ve, esos matices detrás de las palabras escritas que pertenecen a la obra. Cada vez que se abordaban cada una de estas distancias, las instrucciones eran diferentes y lo que manifestaban era diferente. Solo a través del montaje se consigue reconstruir ese puzzle que te permite contemplar el circo de tres pistas, cada vez desde la posición más privilegiada.
¿De dónde surge la idea del teatro? ¿Tienes experiencia?
Sí, empecé a desarrollar mis textos y a dirigir en cafés teatros cómicos, en los que yo mismo interpretaba de forma muy mejorable (…risas…) Eso me dio muchas tablas a la hora de saber qué es lo que se siente ahí arriba y a lo que se enfrenta un actor. En mi juventud también iluminé espectáculos de teatro, así que conozco bien el mundo del actor, lo que sucede ahí arriba, lo que pasa antes de que se levante el telón.
Era importante que así fuera porque es una película sobre el teatro, sobre los actores, al margen de su adscripción y circunstancias, que quieren acabar aquello que empezaron. Y eso es muy propio del mundo del teatro.
¿Fue esta idea lo que te atrajo para llevar el texto a la gran pantalla?
Fueron muchas cosas, hay un componente emocional muy bonito. David Safier, el coguionista, desarrolló el borrador original a partir del descubrimiento, la investigación que staba haciendo para una de sus novelas, de que había todo un mundo cultural en el gueto.
Tendemos a adjudicar al gueto la imaginería de un campo de concentración, con el muro de Cracovia o cualquiera de esta ciudades polacas. Lo cierto es que tenía organizaciones muy distintas y podía encontrarse en él de todo: había ricos, pobres, corruptos, había gete que comía carne porque podía pagárselo aunque supuestamente no podía tener dinero, había gente que moría sin tener absolutamente nada ni a nadie y había recitales de poesía, conciertos, músicos en café, teatros. Evidentemente, en paupérrimas condiciones y descubrió esta obra, que textualmente se llamaría El amor busca apartamento, que escribió Jersi, Yuran Dot, en la que los propios judíos se reían de su condiciones, hablaban del propio gueto , de cómo morían de tifus o de frío, se reían de la corrupción. En fin, como vonseguían, a pesar de todo, que brillara una llama dentro de estas tinieblas. Y generó una historia inicial en torno a un grupo de actores que representaban a judíos. Era muy apasionante, todo el proceso de reescritura, me puse a investigar mucho, sobre todo, textos escritos entre el 41 y el 44, dentro del propio gueto. No recurrí a ningún texto posterior, solo a la confusión que sentía la gente en ese momento. Ese paisaje emocional es insoslayable, pero además había un reto narrativo muy complejo. Iba a ser muy difícil contar es historia en tiempo rewal y conseguir que todo eso funcionase.Supongo que todo me resultó lo suficientemente insensato y me dio el suficiente miedo como para decidir que era buena idea meterme.
No tiene ningún tipo de comparación, quien se dedique a esto con alguna pretensión psudeomesiánica, creyendo que su labor es cambiar el mundo, está equivocado.
No cambiar, pero sí quizás amenizar la realidad.
Sí, es… lo que hacemos (…risas…) distraer la atención, creo (..risas…). Pero más vale no ver eso con una vocación de nobleza o de misión. Hay algo de eso que incluso se ve en la propia película: estos actores quieren acabar lo que han empezado, pero las razones son múltiples y no todas son nobles. Algunas son simplemente de oficio, es lo que hacemos, es a lo que nos dedicamos y lo que hacemos es lo que tenemos que hacer. Pero no necesariamente porque mejore o empeore las cosas. Del mismo modo que ahí dentro hay gente dispuesta a delatarse o a engañarse. Es verdad que, después, con algo común que hacer encuentran un norte que les da sentido a todo, aunque sea durante esas dos horas., pero creo que, durante la pandemia, todo el mundo, cada uno a su manera, ha hacho lo que mejor ha podido y generalmente lo que hacía antes.
Lo que yo hago es un impulso como el que sientes tú, y algunos tenemos la fortuna de dedicarnos a aquello que nos gusta y apenas podemos llamarlo trabajo y otros no. Es un impulso primigenio que sientes que no sigue ningún fin concreto, más que desarrollarlo. Lo que buscas es expresarte, expresar tu punto de vista interior del modo que te den permiso otros para hacerlo.
¿Amar o ser amado?
Usek tiene la respuesta perfecta a todo eso: “tampoco es que podamos elegir”