Tenía que terminar el 14 de agosto, después de ocho meses abierta al público. Pero el éxito de Aldo Fallai para Giorgio Armani, 1977 – 2021, la segunda exposición que la enseña dedica a la sinergia artística que ha unido al diseñador y el fotógrafo durante más de cuatro décadas –y definido el imaginario de una enseña que ha transgredido el imperativo de novedad constante en favor de la expresión individual–, ha llevado al museo Armani / Silos a prorrogar la muestra hasta el 3 de noviembre.
Una segunda oportunidad para recrearse en las casi 250 imágenes –muchas icónicas, lgunas inéditas, y todas en blanco y negro– que la conforman.
Por Laura García del Río
“Sabíamos que estábamos haciendo historia”, contaba Aldo Fallai en ocasión de la exposición que el museo Bardini de Florencia dedicó en 2014 a la relación creativa que ha unido a fotógrafo y modisto desde que se conocieron en la capital toscana a mediados de los 70. Armani aún no había lanzado su firma. Seguía diseñando como freelance: para Nino Cerruti primero; Krizia, Loewe, Ungaro y Zegna después. Fallai, graduado en el Instituto del Arte de Florencia, se dedicaba al diseño gráfico. La amistad se entabló en base a una sensibilidad común, el gusto por el orientalismo, la pintura prerrafaelita, el cine del neorrealismo italiano. “¿Cómo se pueden ver esas películas y no sentirse fascinado por ellas?”, espeta el fotógrafo. Pero el eje sobre el que giró su vínculo fue el deseo compartido de abrir un nuevo capítulo estético en la moda. “Todo era nuevo para nosotros, y nada de lo que había visto antes parecía ser capaz de expresar cómo nos sentíamos”, recuerda el diseñador.
Aún tardarían años en trabajar juntos, cuando en 1977 L’Uomo Vogue comisionó a Armani un editorial y el modisto llamó a Fallai para dispararlo. Era la primera vez que Fallai cogía –profesionalmente– una cámara. Pero desde ese momento establecieron una relación artística que, instantánea tras instantánea, ha capturado, mostrado e inmortalizado la esencia de lo que cada diseño de Armani representa: una elegancia descontracturada, capaz de ser sensual sin servirse del exhibicionismo, dinámica sin perder las formas. Una expresión de su tiempo. Y a la vez intemporal. “El imaginario que creamos era una reflexión de la vida, experiencias y recuerdos personales que podían contar la historia de todo aquello en lo que creía”, defiende el diseñador. Credo, no sólo estético sino ético, que compartía con Fallai. “Creo que la moda es una forma de vivir la propia vida sin ser víctima de un consumo desenfrenado; uno lleva algo que le representa, como una tarjeta de visita”, dice el florentino. “Y creo que Giorgio, que es sin duda un experto en fotografía, me eligió precisamente porque siempre he compartido con él una idea de la moda sin excesos y sin exageraciones”.
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