Llega el período vacacional para muchos españoles y, con él, mucho más tiempo para el ocio. Gran parte de él irá a actividades como el cine. Y, quien pueda, también viajará, porque una cosa no tiene por qué excluir la otra. Haya o no opción de viajar físicamente, siempre se puede hacer con la ayuda del séptimo arte. Es por eso que recopilamos seis películas que representan seis ciudades del mundo, la mayoría curiosamente historias de amor. Veremos los motivos por los que son escogidas apoyándonos de testimonios de personas con una intensa relación con el país, que aportan su visión sobre el lugar en cuestión y cómo lo retrata la película.
Lisboa – Lisboa (Ray Milland, 1956)
Este 2023 podría ser el año de Lisboa. La capital portuguesa ha estado razonablemente infravalorada teniendo en cuenta su interés geográfico, su exquisita oferta en visitas turísticas, su escena artística y sus playas. Sin embargo, la mayoría que históricamente han visitado Portugal son españoles de sol y playa. Por suerte, es algo que está cambiando en los últimos años. Sin ir más lejos, este agosto el Papa ha visitado la ciudad en actos multitudinarios con personas de todo el mundo.
En el cine, la cosa anda algo peor con una escasa representación, pero la que ha tenido ya es valiosa: allí han transcurrido algunos de los momentos más importantes de toda la saga de James Bond gracias a Al servicio secreto de Su Majestad y ha habido buenas noticias este año, puesto que Lisboa ha aparecido en Fast and furious X y Agente Stone.
No obstante, probablemente la película que mejor la ha retratado hasta la fecha es mucho más antigua. Se trata de Lisboa, dirigida en los años 50 por Ray Milland. En ella, Maureen O’Hara es una mujer con un marido encarcelado tras el Telón de Acero. Por ello, acudirá a un contrabandista afincado en Lisboa, interpretado por el propio Milland. Este es el punto de partida para explorar la relación entre ellos -menos romántica de lo que podría suponerse-, así como la capital lusa y Sintra, una bucólica localidad cercana a ella.
Es primordialmente con su escenario que llama la atención. Es el caso de Mila Santos, gestora de mantenimiento y siniestros de 39 años residente en la ciudad. Al contrario que podría otras personas residentes en una ciudad, que le es imposible idealizar la ciudad al estar acostumbrada a ella, ser parte de su rutina e incluso conocer sus aspectos menos pintorescos, ella adora la ciudad.
En su caso, se debe a que su familia era portuguesa, pero se fue a España por trabajo. Volvían los veranos para ver al resto de la familia e ir a la playa, de manera que eso fue con lo que terminó asociando Portugal. Cuando ya fue adulta, se fue a vivir allí y lo conoció de manera más profunda. Actualmente vive allí y se considera “enamorada” de la ciudad.
Con los conocimientos recogidos los últimos años ha podido reconocer todos los guiños y detalles portugueses: ir a un restaurante a oír fados y beber un vino Madeira, los monumentos de la ciudad y la ya citada Sintra. La película ignora la dictadura de Salazar de aquel momento y Teixeira también destaca que no muestra bien Lisboa como la ciudad de las siete colinas y las vistas de toda la ciudad desde, por ejemplo, el Castillo de San Jorge (que sí aparece en La casa Rusia). Lo que sí destaca es que le sorprende es todos los cambios respecto a las localizaciones de la película, como puede la ser la Torre de Belem, que aparece sin nada construido alrededor frente a las carreteras y edificaciones actuales.
Respecto al país, se muestra positiva en lo que a su imagen se refiere. “Estamos destacando en muchos aspectos y se nota en el turismo. Y todo tiene que ver. La música se exportando y está mejorando mucho en mi opinión, hay comunidades portuguesas por todo el mundo que hablan bien de su casa, estamos viendo muchos eventos de música, la Expo de 1998 nos dio mucha visibilidad, etcétera”, reflexiona. Puede tener razón, porque también podríamos hablar del Nobel de Literatura para José Saramago en 1998 o, desde 2021, de series producidas para Netflix que llegan a todo el mundo.
Tokio – Lost in translation (Sofia Coppola, 2003)
En Occidente muchas veces tenemos la impresión de que Oriente es un mundo extraño, totalmente diferente al nuestro. Ya sea el avance tecnológico de sus grandes potencias o sus tradiciones, es común sentirnos fascinados y alienados por tan diferente modo de vida. En el caso de los protagonistas de Lost in translation, la balanza se inclina del lado de la soledad, aunque se debe ante todo a sus circunstancias personales.
Bill Murray interpreta a un actor de la mediana edad que lleva tiempo alejado del cine para dedicarse a los anuncios para la televisión japonesa. Es una peculiar vertiente de su trabajo que la directora, Sofia Coppola, conoce por su padre, que hizo algunos tras su éxito con El padrino. Es un hombre casado y con hijos, pero recibe poco afecto de ellos, ya que las más de las veces se comunican por Fax.
Por su parte, Scarlett Johansson es una joven con pocos años de matrimonio, que se siente perdida. El trabajo de su marido le ha llevado a Tokio, pero pasa mucho tiempo sola, la mayor parte del tiempo que está con él discuten y no sabe cómo encauzar su vida tras haberse licenciado en Filosofía.
Ambos personajes explorarán el país, que muestra su belleza fatal entre sus rascacielos y sus templos, entre sus restaurantes y sus recreativos. Vivirán pues una relación ambigua pero única, como jamás se había visto en una producción extranjera en Tokio, puesto que las películas ambientadas allí eran menos que hoy en día y solían pertenecer al género de la acción o mostrar tradiciones más tópicas. Ejemplo de ello son la película de James Bond Solo se vive dos veces, Mi dulce geisha, Yakuza, Black Rain o, en el mismo año que Lost in translation, Kill Bill, de Quentin Tarantino.
Si bien la historia dista enormemente de sus experiencias vitales, Rodrigo García, estudiante de Relaciones Internacionales de 21 años, reconoce identificarse con la película. Y es que García llegó a Japón por amistad. Lo vio en 2014 en compañía de un amigo nativo, que le explicó la vida y costumbres de allí. Desde entonces, lo ha visitado en reiteradas ocasiones y este año ha ido con motivo de su erasmus.
A pesar de ello, varios aspectos de la trama resuenan con su experiencia. Del personaje de Murray se queda con sus roces con los programas japoneses, que cree que son representados con mucha veracidad y que él reconoce que, aún conociendo el país y el idioma, son demasiado extraños para su gusto. También el ‘jet lag’, que si bien se reduce conforme se vuelve a la ciudad, deja efectos palpables en cuerpo y mente. “Sobre todo tienes la sensación de estar alejado de todo, de tu familia y amigos, porque estás en la otra punta del mundo”, explica. De Johansson se queda con el perderse por la ciudad, que considera el mejor consejo para explorarla y así captar sus contrastes en todo su esplendor.
Londres – Notting Hill (Roger Michell, 1999)
Los destinos que aparecen en esta lista son conocidos en mayor o menor medida, pero Londres es uno de las más icónicos: monumentos como el Big Ben, el Puente de la Torre o el Palacio de Buckingham son famosos en todo el mundo. Esto es en parte porque la ciudad ha sido cuna de grandes artistas que lo han incorporado a su obra y han retratado estos monumentos y otros rincones de la urbe en su ficción, desde las novelas de Sherlock Holmes y Harry Potter hasta películas como El hilo invisible.
Notting Hill es una película que se aleja de lo más grande para centrarse en el barrio de Notting Hill, que, si bien no es desconocido, es más pequeño y peculiar. Tras introducirnos la zona y su ambiente bohemio, pasa a contar la historia de Hugh Grant, que en esta película interpreta al dueño de una acogedora librería. Allí conocerá a una famosa actriz estadounidense (Julia Roberts), con la que forjará una relación y surgirá el amor pese a lo diferentes que son.
Para Asís Camacho, un pintor de 59 años que ha dedicado parte de su obra a Londres, este es un título muy representativo de la ciudad o, al menos, de la zona en la que se centra. Como parte de su familia es inglesa, lleva años visitando la ciudad y el susodicho barrio. En su opinión, la ciudad tiene una estética común y atractiva, pero calles como las de Notting Hill tienen un carisma distinto, especialmente si se compara con la España de las primeras veces que iba.
Era un barrio bohemio, de artistas y gente que vestía de forma extravagante -como Camacho menciona “podías ir por la calle en pijama”-, que destacaba en los fines de semana por sus mercadillos y en toda la semana por sus tiendas de libros y objetos raros. Destacaba también los restaurantes con comida de todo el mundo, sus parques y sus casas. En general, era un barrio que atractivo que llamaba la atención con casi todo lo imaginable.
Desde entonces ha seguido disfrutándolo, porque según él todo se mantiene: las cabinas inglesas, las calles, los bares. “La evolución que hacen es para mejorar lo que había antes, no para estropearlas. En 50 años que he ido a Londres sigue igual, mientras que en España somos especialistas en cargarnos todo”, reflexiona, antes de concluir que los ingleses son unos “enamorados de lo suyo”.
Para la visita recomienda callejear y, en caso de sentir interés por Notting Hill, visitarlo entre semana para reducir el número de personas por la calle y vivir una experiencia más auténtica. También recomienda el Soho (protagonista de La última noche en el Soho, de Edgar Wright), Camdem Town y su barrio chino.
Florencia – Una habitación con vistas (James Ivory, 1985)
Italia es un país muy rico en lo cultural, incluyendo lo cinematográfico. Producciones tanto nacionales como internacionales de todo tipo han ayudado a extender esa imagen idílica al mundo. Sus grandes urbes son algunas de las más retratadas por el séptimo arte, aunque curiosamente si nos trasladamos La Toscana, las ciudades quedan atrás en pro de sus paraísos rurales.
Sobre la región abundan esas películas sobre americanas que van a Italia a encontrarse a sí mismas o el amor verdadero, en ocasiones ambas. Bajo el sol de la Toscana es probablemente el título más conocido, pero hay infinidad de telefilmes.
Es cierto que ocupa un lugar especial en la saga de videojuegos Assasin’s Creed, donde Florencia es el hogar de Ezio Auditore (uno de los protagonistas más queridos de la saga) y los jugadores pueden visitar un exquisita recreación histórica de Florencia. Pero, en el caso de querer disfrutar una trama sin necesidad de interacción ambientada en la capital, las opciones son más limitadas. Sobresale Hannibal, en la que Ridley Scott -que algo sabe sobre dirigir historias ambientadas en Italia- llena la ciudad de fríos tonos azules para dar cobijo al célebre caníbal y asesino en serie. Para una visión e historia más romántica, Una habitación con vistas.
La película de James Ivory es un romance de época en el que Florencia tiene un papel destacado. Es ahí donde Lucy, una joven británica, viaja con su prima, alojándose en una pensión cuya habitación debería tener vistas a la ciudad. Cuando llegan y ven que no es como debería, se quejan sin cesar hasta que un joven y su padre les ofrecen la habitación que querían. Y, efectivamente, ¡qué vistas! Muestran toda la ciudad y la enmarcan en una imagen de postal protagonizada por la Catedral de Santa Maria del Fiore.
Este será el punto de partida para explorar el casco histórico de la ciudad, el campo que le rodea y tras, su regreso al Reino Unido, se centra en su totalidad en los paisajes ingleses y las relaciones entre los personajes. Esto es lo que hace que pierda puntos como retrato de la ciudad, al menos en opinión de Emilio Serra, un jubilado de 87 años con un gran amor por Italia.
El país llamó su atención gracias a un amigo italiano. En un momento dado decidieron recorrer juntos el país en coche y la visita a Florencia formaba parte de ese recorrido. Ir con nativos enriqueció el viaje, ya que conocen mejor la zona, les muestran detalles más apartados y calles menos conocidas, porque, como dice la película, hay que ir más allá de las guías de viajes.
Irónicamente, pese a esta línea de diálogo, la película peca de mostrar lo más típico, lo que hace nada le haya evocado especialmente ni le haya despertado algo especial. Lo que sí destaca es cómo refleja la época y sus valores. “Lo echas de menos. Retrata la vestimenta, la forma de vivir, la educación que había entonces y que ahora no existe ese respeto…”, concluye Serra.
París – Midnight in Paris (Woody Allen, 2011)
Si hay una ciudad que compite por arrebatarle el puesto a Londres como la ciudad más cinematográfica de esta lista, es sin duda París. Al fin y al cabo, es la ciudad de las luces, del amor, el hogar de Victor Hugo y Alejandro Dumas. Eso hace que haya sido el lugar idóneo para ambientar todo tipo de historias. En el cine, ya solamente por Casablanca y su “Siempre nos quedará París” ya tiene un hueco en el corazón de los cinéfilos.
Quien también nos ha hecho ver la belleza de París es Woody Allen, que ha rodado allí varias veces, incluida su última película, Golpe de Suerte, y la que ahora nos ocupa: Midnight in Paris.
Esta es la historia de un guionista de Hollywood enamorado de la capital francesa que visita por enésima vez acompañado de su esposa. Mientras que él es más bohemio, le gusta callejear e imaginarse la ciudad en los años 20, a ella le interesa más comprar muebles antiguos y productos de Chanel. Todo cambia para él cuando descubre la forma de viajar a la década de 1920 y poder conocer a la flor y nata de artistas de la época: Scott Fitzgerald, Hemingway, Stein, Dalí, Buñuel y Picasso.
La película es una carta de amor a la ciudad, tanto a su pasado como a su presente. De hecho, comienza con un montaje -parecido al que Allen ya usó para su Nueva York natal en Manhattan– que muestra algunos de los rincones más representativos de la ciudad al ritmo de jazz. Este es uno de los muchos aspectos que emocionan de la película a María Sáez, de 21 años, la persona con la relación más tardía con el país entre todos los entrevistados, pues lo visitó por primera vez este año por su erasmus.
En su caso, estudió francés y le gustó, lo que la llevó a oír hablar mucho de París y soñar con ir. Tenía altas expectativas y las cumplió en sus constantes actividades y planes para ver la ciudad entera. Disfrutó mucho sus calles, con barrios como Montmatre en los que se puede apreciar todo lo que ha vivido la ciudad y que tan bien refleja la cinta. Destaca que ha notado además la relevancia que mantiene el mundo moderno, en campos como la moda, que causan un gran revuelo en la ciudad.
También añade que ha notado falta de aprecio de los propios franceses, causada por la rutina, los turistas o su grandísimo tamaño y bullicio en comparación con el resto del país. Son los turistas quienes más idealizan la ciudad y se contentan con monumentos ultraconocidos. No debería extrañarnos pues, como aquí explora Allen, las personas no estamos acostumbradas a conformarnos con lo que tenemos. Hablando del cineasta, en los últimos años ha sido acusado de tener repartos mayoritamente blancos. Esta polémica tiene quizá cierta relevancia aquí, ya que durante su estancia Sáez notó mucha población inmigrante o descendiente de inmigrantes que apenas aparecen en la película. Si bien ella reconoce que tiene la libertad de crear como más guste, cree que podría haber más, al menos, en la trama del presente.
Casablanca – Adam (Maryam Touzani, 2019)
Y de la referencia a París en Casablanca hasta la ciudad homónima. Marruecos dista de ser uno de los países mejor representados en el cine, pero su situación es favorable si se compara con la mayor parte de África o los países árabes. Después de todo, tiene un clásico de esta talla y en los últimos años ha acogido rodajes de producciones de acción como Spectre, 355, Misión Imposible Nación Secreta y John Wick Capítulo 3, estas dos últimas en la propia Casablanca. Sin embargo, cerramos la lista con Adam, la única producción autóctona y sin ningún personaje extranjero.
La elección es interesante porque huye así de todos los estereotipos (positivos y negativos) que pueden tener en el exterior, como puede ser las tradiciones o la situación de la mujer. De hecho, trata acerca de una mujer embarazada que es acogida en casa de una viuda, que se encarga a la vez de la crianza de su hija y de su pastelería. Esta es la premisa con la que veremos las relaciones entre ellas, pero también barrios comunes de Casablanca y todos sus pequeños detalles, como la naturalidad ante el uso del velo.
Es, como decíamos, una muestra de un país muy distinto de lo que se suele pensar, carente tanto del exotismo y el ‘glamour’ que se le atribuye por la mítica película de Michael Curtiz o de la pobreza que muchos anticipan de él. Soraya Aybar es una periodista de 28 años, con ascendencia marroquí por parte de madre, lo que la llevó a visitar la ciudad y el país incontables veces, conocer la cultura, adoptar algunos aspectos para su visión del mundo y ser experta en el país y el continente africano, del que informa en medios como África Mundi.
Explica que Casablanca es una ciudad más auténtica que Marrakech o Rabat (la primera por “escaparate” y la segunda por su condición de capital, que la obliga a contener todas las instituciones y crear ciertas pasadas). Esto queda plasmado en Adam, con la mirada tan pura y directa de las calles, sin intentar vender belleza ni añadir ningún tipo de dramatismo. «Adam va más allá y muestra a través de la gastronomía la sencillez, la belleza y el cuidado que tienen los marroquíes, en especial las mujeres. Es una muestra perfecta del Marruecos real», opina. En lo relativo al uso del velo, aclara que en Marruecos es voluntario -frente a su imposición en países como Arabia Saudí o los Emiratos Árabes- y que su papel es más complejo de lo que a menudo pensamos en Occidente. Además de su uso religioso, parte de su población le concede un uso estético o, como se ve en la película, lo usa cocinando como medida de higiene similar a las redecillas del pelo.
Concluye diciendo que este es un buen ejemplo de lo que debería hacer Marruecos: apostar por el cine nacional y que este retrate el país, en lugar de limitarse a las producciones extranjeras. Parece ser un ejemplo adecuado, ya que la película fue a Cannes y fue la representante de Marruecos en los Oscar, aunque no consiguió nominación.