CHARO IGLESIAS

«Si tienes cabeza, puedes llevar sombrero»

Por Pilar Gómez Rodríguez

Si es verdad lo que afirma Charo Iglesias, eso de que “los oficios eligen a las personas que saben llevarlos a cabo”, el suyo la encontró en París, donde tejió su primer sombrero de ganchillo. Autodidacta, perseverante, valiente… Charo Iglesias ha trabajado con los mejores diseñadores, ha resuelto infinidad de encargos y nunca ha dejado ni de investigar, ni de jugar a hacer sombreros como dice ella. Su taller es historia viva del sombrero y tiene mucho pasado, pero el oficio está cargado de futuro y ella de planes. De todo ello hablamos con Charo Iglesias, modista del sombrero.

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Entre 5.000 y 7.000 piezas. En principio solo números, encargos, tareas… No dicen mucho hasta que no se acerca el foco cuando, en realidad, son las cifras de una vida, de una vida entregada a un oficio y modelada por él. Una vida que no se entiende sin el tiempo dedicado a hacer 7.000 sombreros, pongamos, que se verbalizan, se piensan, pasan por las manos, mezclan historias, duran días, duran meses, se enriquecen con otras labores y se tejen, se tiñen, se adornan, se planchan, se humedecen, se presionan, se conforman, se prueban, se modifican, se transforman… y transforman.  

“Lo he vivido. He visto esa transformación tantas veces…”. Quien así habla es Charo Iglesias, modista del sombrero, como se presenta. Ella es la de los 7.000 sombreros, la de las miles de horas, la de las muchas décadas y la de toda la vida entregada a ese oficio que transforma. “Y te convierte en otra persona. Sí, sí, por eso muchas veces la gente no se atreve a llevar sombrero. Dicen ‘no, no me queda bien’ y yo, ‘¿perdón? Si tienes cabeza puedes llevar sombrero’ y la prueba es que antes lo llevaba todo el mundo”. De modo que “cada vez que alguien que no ha usado sombrero o tocado en su vida sale de mi taller con uno y se va contenta y transformada a mí me emociona”. 

Un inicio made in París

7000 historias y una más que es la suya. La cuenta en primera persona. “Nací en Fuentesoto, un pequeño pueblo de Segovia, y no en San Sebastián, como en ocasiones se ha mencionado por error o imprecisión más bien, pues allí es donde encontré trabajo tras estudiar en Madrid Filosofía y Letras y Pedagogía. La educación especial estaba en sus inicios y el trabajo, en el colegio donde empecé, era duro pero muy gratificante. Allí conseguimos crear un método que a los niños les iba bien. Hacíamos muchísimas manualidades: todo era muy visual, muy experiencial…  Ahí vi que todo lo que era hacer cosas con las manos se me daba muy bien”. Y quedaba París. “No sé por qué, pero yo tenía siempre en mi cabeza la idea de ir a París”. Fue ahí donde, en realidad, empezó todo, mientras iba o volvía a recoger al niño que cuidaba e hizo un sombrero de ganchillo en el metro, porque los trayectos eran un poquito largos… Sería el primero de miles que vendrían. La carrera y la vida de Charo Iglesias, modista del sombrero, acababa de empezar a rodar. 

Jugar a los sombreros… entre otras cosas

Otro niño, niña en este caso, a la que habría de cuidar significó un nuevo giro de guión: “Seguí en el colegio un poco más hasta que me quedé embarazada de Henar: fue el detonante porque ahí ya dejé el colegio y con un año de paro y de parón empecé a jugar a los sombreros, pero no solo con los sombreros. Me gustaba la cocina y trabajé tres meses con Pedro Subijana, pero me pareció un trabajo muy estresante. Me gustaban los tapices y estuve también aprendiendo con Consuelo Gómez.  Al final pensé: ¿pero quién compra tapices? Y lo dejé. Claro que la pregunta siguiente era ¿y quién compra sombreros? Me la hacían mis amigos y mi familia. Me decían que si estaba loca, pero me incliné por sombreros.  Me entusiasmaba que cualquier cosa, cualquier material que cogía se podía convertir en un sombrero maravilloso, de modo que cuando me decían que nadie lleva sombreros, yo les respondía: ‘bueno, mira, en la parte de atrás de los coches los veo mucho y cuando voy a las casas también, de modo que en algún sitio los comprarán, ¿no?’”. 

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Henar. Retomamos el nombre y la historia, cuyo siguiente capítulo se desarrolla ya en Madrid, en una tienda, la mítica sombrerería Hermógenes Galindo, donde Charo Iglesias trabajaba y donde ponía a aquella niña a “insertar flores en un alambrito” y a jugar en medio de un “zafarrancho de cajas de plumas, cuentas…” . Con el tiempo aquella niña, que creció en esa tienda y en la sombrerería de su madre se convirtió en Henar Iglesias, una matemática de formación que se hizo maestra en el arte plumario y en 2019 fue finalista en el Loewe International Craft Prize y en 2022 expuso en la Bienal de Venecia. “Lo heredó, de alguna manera, y ahora se la rifan”, comenta una madre orgullosa. 

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Pilar Gómez Rodríguez