ALFONSO D’ORS. ENTREVISTA

“Soy un artesano de pieza única”

“¿Y no solíamos decir que los artesanos de cada uno de esos muebles, al fabricar las camas y las mesas de que nos servimos, e igualmente las otras cosas, los hacen mirando a su idea? Por lo tanto, no hay ninguno entre los artesanos que fabrique la idea misma, porque ¿cómo habría de fabricarla?”. Muchos siglos después, hay respuesta para esa pregunta de Platón en La república: con el cuerpo, con las manos, ¿no es esa la herramienta privilegiada con la que los artesanos trabajan? El gesto lo recuerda Alfonso d’Ors en el transcurso de esta entrevista: “cuando el hombre se hace erectus y se agacha para beber agua con las dos manos hace un cuenco”.

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La primera pregunta casi es obligada, ¿cómo llegó usted a dedicarse al chawan casi en exclusiva?

Empecé a estudiar medicina, pero tenía grandes dudas. Siempre estuve entre medicina y bellas artes, y lo que me tiraba era la escultura. Al final opté por la cerámica y allí me hice una carrera y un nombre como autor de piezas murales contemporáneas.

En un momento, por la Escuela de Cerámica de La Moncloa, en Madrid, donde he sido profesor durante más de cuarenta años, apareció la que ahora es mi actual mujer. Llevaba un libro bajo el brazo, Elogio de la sombra, de Junichiro Tanizaki que sirvió como una puerta de entrada a la cultura oriental. En él se habla del wabi-sabi, por ejemplo, que es la quintaesencia de la estética en Oriente –del mismo modo que los ideales griegos de belleza lo son para Occidente– y que quería aplicar en mi trabajo. En los años 1988 y 1989 comenzamos en la escuela con los primeros seminarios de cerámica oriental, de raku. Impartir estos cursos suponía acercarse de lleno al fuego, trabajar los esmaltes en un proceso de creación directa: el raku precisamente es eso, el arte de lo inmediato. Lo que más me interesaba a mí de ese arte era el contacto directo con el fuego de verdad. Así es como, tras casi veinte años, cerré el taller de mural para centrarme en el chawan, del que he hecho un modo de vida.

¿Y en qué consiste ese modo de vida?

Pues en que yo, diariamente, tenga trabajo o vacaciones, me levanto, cruzo el jardín de mi casa y, en el taller, hago una pieza. Entonces ya puede empezar el día. Eso es lo he hecho durante 43 años que he sido profesor en este centro, del que me despido este año, por cierto. Lo del chawan ha sido la mitad, más o menos, unos 19 o 20 años de dedicación exclusiva. Al principio, con algo de pudor, sí, pero ahora estoy seguro de que cuando hago una pieza, esa pieza merece llamarse chawan. Que ¿por qué? Porque, si la tomas en tus manos y te explico cómo cogerla, te digo que cierres ojos y la sostengas entre tus dedos, es capaz de transmitir. Más de una persona me ha dicho que ha tenido un escalofrío y que encontraba realmente emocionante lo que estaba pasando; sentir esa posición de comodidad entre las manos sin mirar la pieza, sentir esas irregulares capaces de hacerte pensar y preguntarte por qué un vaso es perfectamente simétrico y por qué no puede ser irregular todo, siguiendo en eso a la  naturaleza… Juntar las palmas formando un recipiente es la manera de sujetar una pieza de este tipo.

Por todo ello puedo decir que el chawan es mi modo de vida, es la forma de poder estrenar cada día las piezas que salen del horno y decidir si son chawan o son cuenco y si son esto último, a pesar de ser correctísimos, los destruyo. Los destruyo, porque considero que mi deber –y también mi derecho– es hacer chawan.

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Entrevista : Pilar Gómez Rodríguez.
Fotografías : cortesía de Alfonso d’Ors.