La Alfarería La Navà es un taller familiar de Alicante en el que el arte del barro es parte de su ser, de su identidad. Desde hace trescientos años, la familia se ha dedicado a la alfarería, amoldándose a los diferentes tiempos y siempre apostando por innovar, pero siempre teniendo en cuenta la tradición como base de sus renovaciones.
Alfarería histórica. Así es como podríamos definir la profesión a la que lleva dedicándose la familia desde hace ocho generaciones, ni más ni menos. El barro inunda su vida desde pequeños, edades en las que comienzan a aprender el oficio mediante la participación, siempre sin obligación y con total naturalidad.
La tradición les podría haber estancado en el pasado, por ello decidieron renovar su taller en 1981, medida que también se llevó a cabo debido al cierre de la mayoría de los talleres alfareros de Agost. Tienen claro que el presente es importante para ellos, por eso buscan investigar, probar nuevos materiales, formas y procesos. Es muy importante para las nuevas generaciones poder unir el pasado con el presente a través de las piezas.
Esa adaptabilidad a las tendencias actuales es lo que les ha llevado a elaborar cerámicas más decorativas, eso sí, sin abandonar el factor de la funcionalidad, elemento imprescindible en la alfarería artesanal. Un ejemplo de esto es la línea de jarrones que han creado, en la que mezclan a la perfección el diseño contemporáneo con el look característico de la artesanía popular. Aunque, si por algo se caracteriza la alfarería de Agost es por los botijos de arcilla blanca.
De hecho, la arcilla blanca es lo que diferencia a la Alfarería La Navà de otras, ya que la recogen de los yacimientos locales y elaboran su materia prima en el taller, consiguiendo así un un acabado muy particular y reconocible. Un resultado que también tiene su propia identidad gracias al trabajo manual de las piezas. La producción artesanal que llevan a cabo es una gran responsabilidad, puesto que controlan todo el proceso, desde la materia prima hasta el producto final.
Para ellos es un orgullo, así nos lo hacían saber: «controlamos y acompañamos cada pieza a lo largo del proceso de producción. Nos sentimos orgullosos de lo que hacemos y cómo lo hacemos». Y no es para menos, ya que su proceso de trabajo es muy completo. Primero, recogen las arcillas en el yacimiento, al que se le conoce como “el terrer dels pobles”.
Después, extienden la tierra para que seque al sol y luego la mezclan con agua en unas balsas. A continuación, por decantación separan las piedras y arenas de la arcilla pura. Luego le quitan el agua sobrante a la arcilla y cuando está en su textura ideal la mezclan con un sal y lo amasan todo para que quede una pasta homogénea. La sal es lo que le da una mayor blancura en el acabado final.
Como bien se ha comentado anteriormente, la arcilla blanca de Agost es su rasgo diferencial, pero no se limitan a emplear solo este material, también trabajan con otras pastas como terracota roja. Últimamente, han incorporado el trabajo en alta temperatura, creando piezas de gres de distintos colores. Eso sí, sin abandonar las piezas clásicas, las cuales son su principal inspiración.
Tienen claro que hay mucho que aprender de las figuras clásicas, puesto que no son fruto de un capricho, sino que tienen su sentido de ser, han evolucionado a lo largo de los siglos gracias a la experiencia que se ha ido acumulando. De ahí que, por mucho que se reinventen, el aspecto tradicional siempre va a estar presente en detalles que muestren el origen de todo. Al fin y al cabo, identificarse con sus propias obras es fundamental.
La Alfarería La Navà es autenticidad, con piezas únicas las unas a las otras que le aportan mayor valor. Su trabajo artesanal aporta un valor cultural intangible, difícil de igualar. Con su compra, se favorece al pequeño comercio tradicional y no solo a eso, sino que se mantiene vivo un legado que, esperamos, siga adelante por otros trescientos años como poco.