LOS MIRADORES DEL MONTE STRÁZ
Por Pilar Gómez Rodríguez
Los arquitectos del estudio checo Mjölk desafiaron el proyecto original de una torre vigía y en vez de una construcción alumbraron cuatro miradores distintos inspirados en la propia historia del lugar e imbricados íntima y naturalmente con el paisaje.
Explorar el entorno, descubrir las posibilidades del lugar, satisfacer los deseos de los clientes y divertirse un poco mientras se hace y se consigue todo lo anterior. Esas son las razones de ser del estudio de arquitectura Mjölk. Está radicado en la ciudad de Liberec, en la República Checa, lo componen Jan Mach y Jan Vondrák y eligieron llamarse así porque “mjölk” les parecía la palabra más bonita en sueco: significa leche.

En 2008, tras graduarse en la universidad de Arte y Arquitectura de su ciudad decidieron permanecer en ella: “Es un buen lugar para vivir y su tamaño nos permite cambiar las cosas a nuestro alrededor. Creemos que se puede hacer buena arquitectura desde cualquier lugar. La gran arquitectura no necesita ciudades. Además, el estilo de vida ‘pueblerino’ tiene sus ventajas. Tenemos nuestro propio bar Vokno, organizamos carreras y hasta un festival urbano Kino. Hablar es barato, pero pasar a la acción es mucho más gratificante”. Ese pasar a la acción lo ejemplifica de una manera muy especial la resolución del encargo que recibieron de un municipio cercano, Rokytnice nad Jizerou: querían construir una torre de vigilancia clásica en la cumbre del cercano monte Stráž. Sin embargo, la morfología de la montaña resultaba inadecuada para una construcción de esa tipología. ¿Qué hicieron los arquitectos? Diseñaron un recorrido marcado por varias paradas, cuatro hitos estratégicos entre las rocas que bordean la montaña. Y buscaron inspiración en las figuras del escudo: un zorro, un oso, una oveja y un minero, símbolo de los cuatro pueblos que hace tiempo se fusionaron en la ciudad de Rokytnice. Todos ellos compondrían una singular patrulla de vigilancia para el disfrute de todo aquel dispuesto a recorrer ese paraje.
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Pilar Gómez Rodríguez