Texto por: Marta Martínez
Como casi todos los británicos, el intérprete Sam Riley es rigurosamente puntual. Incluso en plena promoción de su nueva película, se cuela en la ventana de zoom de White Paper by, dos minutos antes de lo previsto, derrochando simpatía desde su casa de Berlín. Sin intermediarios ni representantes a lo largo de la conversación, la vibración constante de su móvil evidencia que es un hombre tan ocupado como organizado, a juzgar por los discretos vistazos que dirige hacia él.
A pesar de la multitud de compromisos, Riley saluda con su inconfundible y rasgado tono en el mejor español que posee, posiblemente aprendido de Luis Tosar, su cómplice de atraco en el nuevo largometraje de Jaume Balagueró ([REC]). Junto a ellos, Freddie Highmore, Astrid Bergès-Frisbey y Liam Cunningham intentarán infiltrarse en el inaccesible Banco de España para recuperar su tesoro, aun arriesgándose a ser descubiertos por el implacable jefe de seguridad, interpretado por José Coronado. Sin planos, ni datos, ni hay nadie vivo que sepa acerca de la ingeniería empleada para construir la cámara acorazada, solo disponen de diez días y una distracción: los millones de aficionados reunidos en la Plaza de Cibeles para celebrar la final del Mundial de Fútbol de Sudáfrica de 2010. Tal y como Riley la describe, es una película consciente de su género, plagada de giros y orgullosa del aire familiar que desprende. Si bien este papel forma parte de una gran coproducción entre España y Reino Unido, el actor siempre ha preferido moverse por esferas más alternativas –con participaciones en películas como Byzantium o En el camino– aún a “riesgo de no tener el éxito necesario”. De hecho, hubo un tiempo en que triunfar parecía algo muy lejano.
En la escuela, no fue un chaval muy distinto de los de su edad. Miraba por la ventana soñando con ser actor, estrella de rock o incluso atracador de bancos. En su juventud, a principios de los 2000, hizo también lo propio de su generación: fundar su propia banda rock, 10.000 Things, cuyo fracaso le sumió en la desesperación. Siempre había querido ser actor, “ por eso era el cantante principal del grupo. Bailaba como un loco, no me daba vergüenza nada”. Como anillo al dedo, un día de 2007, su agente le rescató para ofrecerle el papel de su vida: Anton Corbijn estaba preparando Control, el biopic sobre el solista de Joy Division, Ian Curtis. Poco antes de su exitoso debut en Cannes, conoció a su mujer y se mudó a Alemania. “Y ahora aquí estamos hablando, dieciséis años después», añade el artista, que a su espalda luce orgulloso un póster de Joy Division. “Es de mi amigo Bill Naive, el actor británico, de cuando estábamos filmando en York, él lo encontró.”
No es coincidencia que ese primer proyecto siga siendo un icono para él, ya que “todo cambió». Fue el comienzo soñado de la carrera de cualquier actor.” El inicio de una carrera alternativa de prodigioso mimetismo, plagada de papeles de los más pintorescos; desde Diaval, el esbirro mitad cuervo de Maléfica, pasando por un Mr. Darcy zombie, hasta ser el marido de Madame Curie. Ahora vuelve como James, un ex espía especializado en submarinismo que, como casi todos sus personajes, esconde un lado oscuro, pero no por ello perverso. “Está ahí en cierto modo. Intento no sacarlo (…) pero sigue ahí si hace falta” explica Riley, que echa la vista atrás con ternura y no se cierra a probar otros registros en futuros proyectos. Solo pone una condición, entre risas: tienen que estar bien escritos.
Llevas mucho sin hacer entrevistas, ¿por qué?
Sobre todo por el coronavirus, aunque sí saqué una película nada más empezar la pandemia y la promovimos online.
Hablas de la película de Madame Curie.
Sí, y de Rebecca también, la película de Netflix.
Antes de dedicarte a la interpretación, estuviste en un grupo de pub rock.
Sí, éramos el grupo rock del pub. Por aquel entonces estaba llegando la ola del indie de los 2000, así que había muchos grupos, todo el mundo tocaba en uno.
Y entonces empezaste a trabajar como actor.
Sí, pero ya de niño en el colegio me gustaba actuar y escribía obras de teatro a los 12 años. Siempre quise ser actor y por eso era el cantante principal del grupo. Bailaba como un loco, no me daba vergüenza nada…
Pulse aquí para suscribirse y seguir leyendo este artículo destacado en nuestra 8va edición…