Texto por: Ana Domínguez
Reconocido internacionalmente como uno de los mejores fotógrafos de interiores, el argentino afincado en España, Ricardo Labougle, supo deshacerse de formalidades y llevar la espontaneidad a un trabajo de gran complejidad y aparente naturalidad en el que la intuición y el ojo son la clave.
¿Cuándo llegaste a Madrid?
Llegué en 1989. Había estudiado empresariales en Argentina y vine a estar un tiempo trabajando aquí, pero me fui quedando… Al mismo tiempo me daba cuenta de que no me gustaba lo que hacía y que deseaba hacer algo creativo, aunque no sabía cómo enfocarlo.
¿Por qué pensabas en ese aspecto creativo? ¿Quizá te influyó el Madrid de una época que estaba en ebullición?
Un poco era eso, pero también me daba cuenta de que no me gustaba el estilo de vida de los ejecutivos con los que trabajaba, que eran hombres trajeados, fumando puros y hablando de fútbol… no me interesaba su vida y no quería algún día encontrarme siendo como ellos. Además, desde muy pequeño había tenido una cámara de fotos, una Brownie, de Kodak, con la que me pasaba el día fotografiando e incluso había tomado clases de fotografía, pero nunca se me había ocurrido que era algo que podía hacerlo de modo profesional.
¿Cómo ocurre ese paso?
En el verano del 90 me fui a ver a un amigo a Los Ángeles y allí conocí gente que trabajaba en cine y en otras profesiones con las que sentía afinidad… Creo que fue allí donde tomé la decisión. Así que con una cámara Hasselblad que me había regalado mi padrastro (había sido suya y era de 1957, la tuve que llevar a arreglar) y con una Pentax que tenía desde que estaba en el colegio, empecé a hacer fotos, retratos en blanco y negro concretamente.