El arte más humano
“Conversación”. Esa es la palabra que Valentina Volchkova repite con más insistencia. A sus 36 años, la responsable de la prestigiosa sede de la galería Pace en Ginebra, se muestra convencida de que no hay una mejor herramienta en su profesión, ni mayor garantía de supervivencia, que el poder de la palabra. “El mundo digital jamás podrá reemplazar a las relaciones humanas, las galerías de arte pervivirán para siempre”, asegura durante una conferencia de Zoom. Atiende a esta revista en uno de los pocos respiros de su frenética agenda, apenas unos días después de inaugurar una producción teatral del Turandot de Puccini promovida por el colectivo de artistas teamLab.
Me gustaría conocer tus comienzos: ¿cómo llegaste al mundo del arte?
Todo empezó cuando era becaria en una empresa petrolera en Londres. El ambiente en la oficina era muy masculino y no me tenían en cuenta para sus planes, así que como tenía mucho tiempo libre me pasaba las noches en galerías y museos. Recuerdo que, hace unos 15 años, me impactó la visita a una exposición de Damien Hirst en la galería Gagosian.
Tenían expuestas obras surrealistas como la de una vaca muerta, con la sangre y las moscas revoloteando alrededor. No podía comprender cómo la gente podía estar hablando y bebiendo champán delante de aquello, como si no les llamara la atención. Así que pensé: ‘o yo soy la extraña ó este público está acostumbrado a ver cosas de este tipo’. Eso estimuló mi curiosidad, empecé a formarme y busqué becas en diferentes galerías.
Por lo que veo es una pasión que no nació en la infancia, sino que vino después.
Sí, la alimenté yo misma porque mis padres no son artistas ni están relacionados con el arte. Un día me llamaron de la galería Gagosian y me ofrecieron poner en marcha un proyecto en Rusia, ya que yo era rusoparlante.
Tenía 19 años, me fui seis meses a Moscú y organicé la primera exposición con artistas estadounidenses exhibida en el país desde la década de los 50. Fue un gran momento. Después llegó la crisis económica, la situación en Rusia se puso peligrosa y decidí marcharme a París.
Y en la capital francesa abriste tu propia galería con solo 21 años…
Cuando estuve en Moscú me di cuenta de que las artes y la cultura podían ser una herramienta muy importante, una oportunidad. Cuando inauguramos allí la exhibición con artistas estadounidenses el público ruso los descubrió y los aceptó. Es fundamental que la gente pueda disfrutar de ese lenguaje universal y accesible para todos. Lo interesante es dejar que el trabajo hable por sí mismo, no el saber de dónde viene cada quien.