Es la pieza más singular del arte contemporáneo. Se trata de una escultura viva o viviente y la forman dos criaturas, dos personas llamadas Gilbert Proesch y George Passmore, o su híbrido resultante: Gilbert & George. Defienden que arte es todo lo que hacen o tocan y han respondido ocho frases escuetas, contundentes, a las ocho preguntas de esta entrevista. A través de ellas hemos reconstruido su historia. Eso también es arte.
Texto por: Pilar Gómez Rodríguez
1 “Nuestro arte comienza en nuestra cabeza, en nuestra alma y en nuestro sexo”
En realidad su arte comenzó en 1967 cuando se conocieron en las aulas de la St. Martin’s School of Art en Londres. Uno, Gilbert Proesch, había nacido en Italia en 1943 y vivido en Austria y Alemania, antes de llegar a Inglaterra. Su inglés no era demasiado bueno y tenía un fuerte acento que el otro, George Passmore (1942), nacido en Plymouth, supo entender. Y bien que se entendieron. Se hicieron inseparables. El arte les volvió unidad hasta el punto de parecer más siameses que una mera pareja de creadores. Siguen conservando sus cuatro manos y sus dos cerebros, pero a la hora de trabajar van al unísono. «Dos personas, un artista», según su propia definición. El crítico David Sylvester les ha comparado con una Santa Trinidad —un santo binomio, quizá sea lo suyo— de la creación artística: «dos personas, pero un solo Creador». Eso es. Amén.
2 “¿Nuestro mayor logro? Existir como esculturas vivientes”
Su forma de hacer arte surgió del hecho de sentirse y saberse artistas. Mientras sus compañeros estaban ahí para formarse o llegar a ser alguien en el mundo del arte, ellos simplemente… lo eran. Lo único que necesitaban era dárselo a conocer al público y encontraron la forma gracias a su pieza de 1969, The Singing Sculpture. Consistía en ellos mismos maquillados en tonos metálicos y vestidos con los trajes impecables —que con el tiempo se convertirían en su sello— subidos a una mesa y cantando Underneath the Arches, un éxito de los años 30 de Flanagan y Allen. Tuvieron mucho éxito y se lo pasaron en grande, de modo que decidieron tirar por ahí. Entre las obras que siguieron, The meal, una comilona a la que invitaron a David Hockney observada por un reducido público y las Drinking sculptures, que consistían básicamente en ellos bebiendo durante horas. La cosa marchaba, pero había un problema: con ellos mismos como obra no iban a conseguir llegar a una gran audiencia.
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