Marilyn Minter: “Hay mucho desprecio por los deseos de la gente mayor”

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Elder sex, el trabajo de la artista Marilyn Minter, viene a recordar que sí, que no sabemos si hay vida después de la muerte, pero que lo importante es que haya vida antes, y hasta el último aliento. Las personas que pueblan sus fotos acumulan muchas décadas de existencia y siguen celebrando que el deseo nunca acaba. Por si hacía falta decirlo y retratarlo, sí, los viejos también follan. 

Por Pilar Gómez Rodríguez

Es posible que la última etapa de la vida llegue poco a poco, día a día, de forma subrepticia y sigilosa, pero su descubrimiento siempre es de golpe: unas manos arrugadas que parecen de otra persona, unos pantalones que no volverán a subir esas caderas, un nuevo mechón de canas… No por inesperado deja de sorprender. Para Simone de Beauvoir, que dedicó uno de sus libros menos conocidos –¿casualidad?– a la vejez, la sorpresa fue doble: personal y, sobre todo, social.

Entonces comenzó a hacer su trabajo: formular preguntas. ¿Por qué si aquel acontecimiento estaba tan extendido nadie hablaba de ello? ¿Por qué no había tratados, estudios, más libros, más perspectivas tratando aquel asunto tan importante, tan previsible, tan generalizado? Descubrió que la vejez era un estadio sepultado bajo toneladas de clichés, con los que era despachado habitualmente. Descubrió que no había ningún interés en salirse de los caminos trillados y descubrió que tenía unas ganas enormes de que todo aquello cambiara. Se puso manos a la obra. Comenzó a estudiar, a rastrear, a leer, a pensar… El resultado fue un compendio completísimo y notabilísimo de lo que la vejez era en 1970, cuando vio la luz la obra así titulada. Su objetivo: romper la espiral del silencio entorno a los últimos años de la vida. 

En las primeras páginas de su obra, La vejez, se lee: “Si los viejos manifiestan los mismos deseos, los mismos sentimientos, las mismas reivindicaciones que los jóvenes, causan escándalo; en ellos el amor, los celos parecen odiosos o ridículos, la sexualidad repugnante […]. Deben dar ejemplo de todas las virtudes”. Hacia la mitad de la obra se abunda en la idea: “Lo que se quiere es que los viejos se conformen a la imagen que la sociedad se hace de ellos. Se les imponen obligaciones vestimentarias, decencia de maneras, respeto a las apariencias. La represión se ejerce sobre todo en el terreno sexual”. 

¿Qué ha pasado? Cinco décadas, por lo pronto y no demasiados cambios. Sigue causando escándalo, estupor o cierta risilla que los ancianos reivindiquen su sexualidad, su derecho a amar cómo y cuánto quieran y a la edad que quieran. Y hasta que el cuerpo aguante. Se dice, se oye que el amor no tiene edad, pero es mentira porque, en el fondo, “resulta repulsivo que los viejos puedan tener sexo”. Y esas palabras no son ya de Simone de Beauvoir en los 70, sino Marylin Minter en este 2024. El año pasado se publicó el libro que recoge su serie Elder sex, surgida como encargo de The New York Times para ilustrar un artículo sobre el sexo en la tercera edad. El mencionado encargo le iba que ni pintado a esta artista estadounidense, nacida en 1948, que reside y sigue trabajando en Nueva York porque, a menudo, en su trabajo se ha ocupado de cuestionar los cánones de la belleza y de la representación del cuerpo con trabajos valientes, controvertidos en no pocas ocasiones.  

Miedo y vergüenza

El proyecto comenzó sorteando dificultades en forma de autocensuras. En un principio, la artista pidió a amigos y conocidos que posaran, pero lo rechazaron y se tuvo que recurrir a actores. “Es cierto. Fue por miedo y vergüenza. Resulta repulsivo que los ancianos tengan sexo. Pensamos en utilizar modelos, pero serían demasiado perfectos, así que usamos actores. Los encontramos a través de The New York Times, ya que ellos encargaron las fotos originales para el artículo de Maggie Jones [periodista colaboradora de The New York Times Magazine]. Había dos parejas reales, una de ellas Sy y Harriet, los padres del artista Dan Cohen. Y también estaba la madre de un editor de The New York Times que tenía 90 años y era psiquiatra. Juntamos en el libro todo lo que el periódico no podía publicar”.

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