Por Javier Molins
Manolo Valdés distribuye su vida en Nueva York entre su casa en el Upper East Side–un barrio caracterizado por la sofisticación de sus residentes y por albergar algunos de los mejores museos de la ciudad como el Metropolitan, el Guggenheim o la Neue Gallerie–y su estudio en Union Square, donde percibe la energía de la gente joven en ese oasis situado entre el bullicio de los estudiantes de Washington Square y los turistas que se acercan al Soho, lugar antes de artistas y ahora de tiendas de moda.
Sin embargo, lo que le gusta a este valenciano de nacimiento y neoyorkino de adopción, pues lleva más de 35 años residiendo en la ciudad de los rascacielos, es dirigirse cada mañana a eso de las nueve a su estudio donde trabaja sin ni siquiera parar para comer hasta las seis de la tarde, que es cuando suele dirigirse a alguno de los mejores restaurantes de la ciudad a disfrutar de otra de sus grandes pasiones, la gastronomía. Una monotonía que se ve quebrada a menudo por las muchas exposiciones que le dedican en ciudades como Nápoles, París, Roma, Miami, Singapur, Dubai o Locarno, por citar tan solo las más recientes.
“Es evidente que a mí lo me gusta es trabajar en el estudio, pero también me agrada que mi obra se vea y se contraste” – explica en su estudio de Union Square. “Incluso a mí me gusta mucho ver la obra colgada porque saco conclusiones, la veo con distancia, la ves más ajena, se te despierta un mayor espíritu crítico. Eso sí, cuando te encuentras con un trabajo fuera del estudio que crees que puedes volver sobre él o que puedes superarlo, te entra una gran ansiedad por volver al estudio y ponerte a trabajar”.
Valdés, quien ya ha cumplido los 80 años, no acabó sus estudios en la Escuela de Bellas Artes de San Carlos de Valencia, donde pronto descubrió que su vocación era la pintura: “El verdadero sentimiento de que eso es lo tuyo se forja poco a poco, lleva un tiempo. En mi caso, al poco tiempo de estar en la escuela de Bellas Artes, ya me di cuenta de que esa era mi pasión. Y, actualmente, tengo que confesar que no concibo mi vida sin pintar”.
En la Escuela de Bellas Artes, también se dio cuenta de que aprendía más al ver lo que hacían otros artistas contemporáneos que escuchando lo que le enseñaban los profesores: “Yo recuerdo que el mismo verano de mi primer curso en la escuela de Bellas Artes, yo fui a París, donde me encontré que los artistas se fabricaban sus propios materiales. No se iban a comprarlos a Luis Viguero a Macarrón en Madrid, sino que se los fabricaban ellos mismos. Me encuentro con una obra de Rauschenberg que tenía unos botes colgados y me encuentro con un Rauschenberg en el que había un pollo disecado. Entonces yo me pregunté ¿de qué estamos hablando? Resulta que hay artistas que no pintan con tubos y me encuentro con Soulages que tira un pozal de pintura negra y con una paleta le da forma, y hay gente que no pinta con un pincel. Entonces yo descubrí los materiales a la vez que descubrí la libertad porque me di cuenta de que no había reglas porque las reglas las ponía uno mismo”.
Este afán por conocer las nuevas tendencias y por mirar también a los grandes maestros del pasado caracterizará el trabajo de Valdés a lo largo de toda su vida. Y será en el museo del Prado donde entrará en contacto con todo ese pasado, con esos artistas que conforman su panteón: “El Museo del Prado ha sido un referente y el lugar donde me he formado en parte y es un lugar que visito y que necesito para mi trabajo, donde he interpretado muchos cuadros”.
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