Por Ana Pérez
Ludwig Godefroy, arquitecto nacido en Francia pero con alma mexicana, país qué le ha permitido desarrollar su trayectoria y su visión de la arquitectura. Una maravillosa mezcla de acentos al escucharle, donde conviven esos dos continentes, así ha encontrado su propio camino descubriendo ese equilibrio entre ser fiel así mismo en cada proyecto, y el deseo de cada cliente.
No he podido encontrar muchas cosas sobre ti, ¿y ese toque de misterio?
Tienes razón “(Risas)”, la verdad es que no hablo mucho de mí, es como me escondo me siento más a gusto.
Nací en Francia en un pueblito de pescadores en Normandía, de 1500 habitantes, un pueblito sobre el mar Atlántico del Norte, frente a las islas anglo-normandas. Mí padre era arquitecto, yo le admiraba mucho, obviamente en un sitio pequeño es imposible estudiar y me fui a París a hacer arquitectura. Aquí estuve seis años y de allí pasé a un despacho pequeño en Nueva York que me dieron la oportunidad de empezar. Ese camino me lleva a París de nuevo y de allí a Barcelona.
Durante mi tiempo en Barcelona trabajé en el despacho del arquitecto Enric Miralles y Benedetta Tagliabue con proyectos como el Mercado de Santa Caterina, la Biblioteca de Palafolls y la Torre Marenostrum, entre otros.
Fue una época de mucho movimiento también tuve la oportunidad de trabajar en diferentes proyectos en Rotterdam.
Parece que las cosas iban bien encaminadas de un despacho a otro, diferentes ciudades…
Sí, es verdad, pero en ese momento también pensaba, bueno, ¿esto va ser siempre así? todo el rato trabajando sin tiempo para nada, no sé, creo que en ese momento tenía que encontrar otro lugar.
Me puse a enviar mi curriculum por todo el mundo y me contestó Tatiana Bilbao en la ciudad de México. Cuando me mudé en el 2007, no sabía, la verdad, venía como para pasar un año o dos años, algo eventual, pero cosas de la vida, me gustó y aquí sigo, me empecé a apasionar con todo lo relacionado con artículos prehispánicos, su arquitectura, etc.
De la misma manera encontré mucha conexión con lo que yo había vivido, recordaba los búnkers alemanes de la segunda guerra mundial sobre el Atlántico, donde íbamos a jugar, me acuerdo que veía esas grandes estructuras de piedras fijas y qué poco a poco se van mimetizando con el paisaje frente al mar. Cuando llegué a México, conocí por primera vez las pirámides con 27 años y empecé a ver muchas similitudes entre un búnker y una pirámide. Parece que tenía sentido toda esta similitud y a la vez es una parte importante para mí, así, poco a poco sé fue creando mí discurso, una especie de puente entre México, Francia y Normandía.
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