Más siempre es más
La arquitecta y diseñadora Laura Gonzalez refuta el mito minimalista y deslumbra con una obra llena de colores, texturas y mezclas exuberantes.
Lo lleva en el ADN. Laura Gonzalez es hija de un francés nacido en Argelia y de una española. Si nos remontamos más allá en su árbol de familia aparecen raíces alemanas e italianas, pues de todo ello había en la sangre de sus abuelos. La mezcla forma parte de ella y también las impresiones que, de una manera más inconsciente que consciente, causaban en ella los museos, las casas de subastas, de antigüedades, los mercadillos y todos los lugares que visitaba junto a sus padres. Primero le aburrían, pero poco a poco fueron suscitando su curiosidad, su interés. Nacida en 1983, se crió en el sur de Francia, en Cannes, y llegó a París en la adolescencia. Como (casi) toda adolescente no sabía bien qué hacer, por dónde tirar en la vida… Tenía en proyecto –un proyecto que en realidad era el de sus padres– estudiar Políticas, pero no era “lo suyo”. ¿Y qué era “lo suyo”? Se dio cuenta el primer día de clase en la Escuela Nacional Superior de Arquitectura Paris-Malaquais; definitivamente había encontrado su camino. Tuvo suerte desde el principio; la suerte de quien la busca porque sin apenas acabar los estudios fundó su propio despacho, Pravda Arkitect. Para entonces había acometido encargos de amigos; sus negocios, sus pisos… Pero llegó el proyecto que lo cambió todo, el Bus Palladium, un mítico local de la noche parisina que renovó de forma intuitiva, eficaz y frenética, en tres meses, trabajando de día y de noche. Lo imaginó como la residencia de una familia excéntrica y lo llenó de papel pintado, muebles de época, latón… De inmediato conectó con el público porque hablaba su idioma; ella misma era o podía ser ese mismo público.
Todo lo que suma, bienvenido Que los proyectos se parecieran un poco a ella misma, no repetirse nunca, buscar en cada uno de ellos un punto de artesanía, las colaboraciones, las yuxtaposiciones, las incrustaciones, las texturas, las telas, los colores, los contrastes y los juegos… Todo lo que suma es bien recibido en un estilo que evidencia que más, obviamente, siempre es más. Con cada encargo, Gonzalez iba afianzando el suyo. Y los encargos llegaban sin pausa: el restaurante La Gare, de inspiración, decoración y cocina mediterránea y latina; Lapérouse, otro clásico de la época de los Balzac, Offenbach y Proust, cuyos espejos rayados por los diamantes que recibían las cocottes se conservaron para preservar con ellos el alma del espacio; la remodelación del Sir Winston Churchill; el concept-store L’Occitane-Pierre Hermé, con su nube-luminaria hecha de mil globos de vidrio soplado; las colaboraciones con Cartier en todo el mundo (en Madrid se puede ver una de ellas); el parisino hotel-relais Christine; la boutique Louboutin en Barcelona y Ámsterdam; residencias y apartamentos; más restaurantes (Manko, Noto, L’Île), más encargos ya por todo el mundo…