«A finales del siglo XVIII, el placer de la degustación gastronómica solo existía para aquellos paladares entrenados en el seno de la nobleza. Cada linaje poseía su propio cocinero, contratado para alimentar su pompa y gula. Los ostentosos banquetes eran símbolo de poder, escenarios donde los empolvados personajes, además de lucir sus grandes pelucas y majestuosos vestidos, debían opinar sobre el nivel culinario del menú la casa, estrictamente establecido por el señor feudal en coherencia con sus ideales político».
Con inmenso orgullo, Pierre Manceron (Grégory Gadebois) lleva toda su vida dedicado a cocinar para el duque de Chamfort. Un día, decide desviarse de las indicaciones y deslizar unos cuantos Delicioux o deliciosos entre los platos habituales. Las empanadillas de patata y trufa no tienen demasiado éxito entre los comensales de la corte francesa, ofendidos por tener que alimentarse de lo mismo que el pueblo llano. Despedido y humillado, Pierre abandona su pasión y regresa al hogar de infancia acompañado de su hijo adolescente, más comprometido con Rousseau que con la cocina. Solo cuando una no tan joven aspirante a aprendiz (Isabelle Carré) aparezca en su posada, sentará las bases de la comida gastronómica francesa. Después de L’esprit de famille (2019), Éric Besnard dirige esta sensorial comedia con tintes de fábula sobre el primer restaurante de provincias de la historia, donde los
claroscuros acompañan a los bocados más exquisitos y humildes sobre un trasfondo de conflicto de clases. Un despertar de los sentidos para toda clase de comensales que quiere devolvernos el apetito de vivir. Como el director francés explica: “Hay una ilusión hedonista, por eso pasan las estaciones, viento, lluvia, incluso la banda
sonora. He querido emplearlas para dar la sensación de vida. Claro, y todo tiene que pasar por la comida. Lo que yo quería es hacer un llamamiento a los sentidos, y desde ese punto de vista la comida es un buen vehículo”.
De igual modo, la iluminación se torna en un elemento esencial para lograr esas sensaciones.
A mí me gustan mucho las películas de vaqueros y la época de la película se me parece. No es el mismo lugar, pero uno puede pensar el filme como si fuese del oeste. Aparte de los caballos, las diligencias, las casas de postas, no hay luz eléctrica. Hay que iluminar con velas, chimeneas y acostarse con el sol. Por eso, las imágenes que te vienen de la cabeza son del mundo de la pintura. Llevé a mi equipo al Museo para enseñarles pinturas que fueran como directivas de trabajo para la película. Hice elecciones que implicaban esculpir las imágenes por la luz.
Por ejemplo, en el decorado del restaurante escogí paredes ciegas (sin ventana) para que la luz solo entrase por una dirección. Si ponía a la actriz delante de la ventana en el momento adecuado se logra un efecto Vermeer. Es una cuestión de elegir y de no luchar contra el sol. Controlando los puntos de entrada puedo esculpir. Si por ejemplo tuviese que filmar cine X me moriría, todo son duchas de luz. Creo que diría que ha habido un apagón y usaría una vela. No me gusta el cine sin subjetividad.
Más que un western, su película recuerda a una fábula o un cuento.
Yo hago alusión al western en un sentido de la distancia y la época. Pero si dices fábula estás hablando de lo mismo, aunque no es tan parecida, no es imposible, es un posible. Este tipo de historias es una manera de ser los unos con nosotros, es una pena que luego se transformen en fábulas.
¿Cuánto hay de realidad en la historia?
Todo excepto los personajes en sí mismos. El restaurante se crea en aquella época y tiene ese papel simbólico y político. De alguien de una clase inferior que accede a un estatus donde puede proponer su talento frente al mundo entero, sea quién sea. Esto lleva la creatividad a la cocina, genera el recibir en un espacio para todos. Además, produce el relato en la entrada del plato principal y el postre, la mesa para dos y la intimidad
asociada… ¡El mantel! Todo viene de esa época, pero los personajes son ficción. No existe información sobre la creación de un restaurante en provincias, sabemos sobre la transformación de las casas de comida para llevar de París, pero a mí lo que me interesaba era la relación con la Tierra. A partir del momento que hablamos de comida hablamos de la tierra. El terreno es la provincia. Por eso quiero contar su historia y como no hay información ¡es el reino del guionista!