Por Marta Martínez
La tierra, el agua, las plantas, la civilización… En eso consiste la vida, en definitiva, para Ryoji Nakamoto. A modo de metáfora, el artista japonés plasma estos reconocibles motivos en la madera de sus candelabros. Así, cuando la cera se coloca en la pieza portadora y se prende la mecha, el fuego emerge convirtiéndose en sol o centro de ese universo.
Autodidacta, el ya veterano creativo se formó como tornero tras pasar por una banda musical, donde descubrió las distintas sensibilidades del oficio. “Desde niño me ha gustado dibujar y construir cosas”, recuerda. “Trabajé como instalador de tejas, además de tocar en una banda durante mucho tiempo. Uno de los miembros era carpintero. Me interesaba hacer cosas, así que aprendí con él a fabricar muebles”. Después de estudiar algunos conceptos básicos de carpintería en una escuela, fundó su propia empresa de muebles, “además de seguir escribiendo canciones para la banda”, añade, “esa experiencia sigue siendo esencial para mi trabajo”.

A pesar de los matices filosóficos que posee su obra, sorprende el modo aparentemente simple en que la define. Ya que, para él, “consiste en crear una forma a partir de un bloque de madera”. Nada más lejos de las piezas con voluntad propia de las que es artífice.
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