Michael Kenna

La belleza de lo mínimo 

A sus 68 años, Michael Kenna no solo reniega de cualquier atisbo de retiro o desahogo laboral, sino que confirma que ya tiene en mente el contenido de sus próximos seis o siete libros. “Pero no quiero entrar en detalles, prefiero hablar sobre lo conseguido y no tanto de lo planeado”, evoca ante White Paper By, achacando la reticencia a una superstición provocada por la edad.

Conocido por su fotografía paisajista en blanco y negro, este alumno de clásicos como Bill Brandt, Mario Giacomelli y Ruth Bernhard convirtió la soledad crónica que le acompañaba en su infancia en una visión artística tan singular como evocadora, que defiende que la belleza de cada imagen está en la mente del propio espectador. Una carrera que abarca casi cinco décadas pero que, como advierte, está todavía en proceso de desarrollo: “Sigo fotografiando, exponiendo y publicando libros. Disfruto cada segundo y me considero extremadamente afortunado”.

¿Podrías describirnos cómo es un día normal en la vida de Michael Kenna?

Es difícil dar una respuesta clara a esta pregunta porque cada día es un poco diferente. Podría estar viajando a Europa, o trabajando en mi cuarto oscuro, o llevando a mis hijos a la escuela, o dando un largo paseo mientras trato de aprender francés, o cenando con mi esposa o tocando la guitarra mientras finjo que me preparo para formar parte de bandas como Coldplay o Snow Patrol. No tengo una rutina regular y eso me parece algo genial. 

Describes tu obra como «más un haiku que una prosa». 

Suelo decir que prefiero la sugerencia que la descripción detallada y precisa, por eso trato de hacer fotografías que tengan más en común con poemas haiku que con novelas. Unos pocos elementos pueden ser suficientes para disparar nuestra imaginación y ver mucho más. Me crie en el catolicismo y allí es fundamental la creencia de un Dios oculto e invisible, pero siempre presente. Quizá debido a esa temprana influencia sigo tratando de insinuar lo que no se ve, pero se sugiere.

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