El esmalte azul eléctrico en las uñas de una de tus amigas de la infancia, un viaje por carretera entre arboledas color verano, los destellos matutinos del sol naciente reflejándose en el marrón del Mar del Norte… Todos estos recuerdos tienen algo en común: además de formar parte de la memoria de la artista multidisciplinar, Liz West, son aquellos que recuerda con más nitidez por sus colores, por la vida que aun hoy habita en ellos. Y es que, para la artista británica, la vida sin colores no sería vida.
Al igual que una gran parte de la población, West sufre un trastorno afectivo estacional, lo que significa que necesita luz y vitamina D para sentirse bien mental y físicamente. Pero la diseñadora no permite que la predicción metereológica decida su estado de ánimo, sino que genera sus propios fenómenos lumínicos y sensoriales con instalaciones específicas para aprovechar y reflejar la luz.
Podrás sumergirte en ellas siempre que te pierdas por Londres, Liverpool, Manchester, Salford o Bury, ciudades donde sus piezas ya son permanentes. Esculturas y obras de arte murales que mezclan colores luminosos y luz vibrante, creando entornos que explorar para indagar sobre nuestra relación con el color y la luz.
Tus recuerdos más vívidos de la infancia se basan en la luz y el color
La mayoría de mis primeros recuerdos de niña son de descubrir el mundo de forma sensorial. Me atraían los objetos, los paisajes y las ciudades, los espacios, el diseño y la moda que estaban hechos de colores vibrantes, los tonos y matices más brillantes y de fuerte saturación.
Los recuerdos de primeros amores siempre han tenido una cosa en común: el uso conjunto del color y la luz. La luz es un elemento en torno al cual ha girado toda mi vida, no sólo mi trabajo. Me fijo hasta en los más mínimos cambios de luz durante el día, que afectan drásticamente a mis emociones y mi psicología. Dado que la calidad de la luz es fundamental para mi forma de entender el mundo y el bienestar, cuando elegí convertirme en artista no había duda de que el uso de la luz y el color acabaría por colarse en el proceso, la presentación y el concepto.
Eres hija de dos artistas, ¿crees que habrías tenido la misma trayectoria con una familia diferente?
Es imposible saber la respuesta. No sé lo que es ser otra persona o vivir en la mente y el cuerpo de otra persona. Así que todo lo que puedo hacer es suponer que siempre seré el producto de mis padres, y de lo que sea que me hayan enseñado. Su influencia artística en mí fue muy fuerte, ya que fluye a través de mi ADN y es un estilo de vida más que un trabajo. Si mis padres hubieran hecho algo diferente, quién sabe, tal vez habría anhelado el arte y la creatividad a pesar de todo
Consideras tus instalaciones como un autorretrato ¿En qué sentido las instalaciones son un reflejo de ti?
Mi obra es un reflejo de mi personalidad, mis intereses, mis pasiones y mi bienestar. Mi relación con los colores vivos siempre ha sido evidente y fuerte, desde que tengo uso de razón. Me siento instintivamente atraído por una determinada paleta de colores, que es la que utilizo a menudo cuando hago mi trabajo.
Si pasases algún tiempo conmigo, si rascases realmente la superficie, verías que soy mi obra: extravagante, colorida, contemplativa, seria, juguetona, honesta y, curiosamente, tengo la necesidad de complacer y hacer feliz a la gente, como pretende mi obra.
Te propones hacer tres obras grandes al año, ¿has hecho alguna vez más?
Solía ser mi objetivo, dependiendo de la escala y la intensidad de las oportunidades en las que estaba trabajando. La COVID-19 lo echó por tierra durante un tiempo, ya que muchos de mis proyectos fueron cancelados o pospuestos. El año pasado pude hacer una gran obra permanente para el atrio de un hospital, lo que, teniendo en cuenta todo lo anterior, fue un buen resultado. Sin embargo, el año 2021 ha estado más ocupado que nunca, ya que todos los proyectos de 2020 se han concentrado en este año. En lo que va de año he realizado cinco nuevas obras de gran tamaño y tengo otra a punto de lanzarse. No hay reglas estrictas. Hacer tres al año fue una autoimposición.