Texto por: Jesús Castaño
Asier Mendizabal (Ordizia, Gipuzkoa, 1973) ha elaborado a lo largo de los años todo un corpus teórico sobre el arte. Es una síntesis de hermetismo, filosofía y pensamiento profundamente original y absolutamente propio que le llevan a concebir propuestas donde fusiona forma, discurso e ideología. Entre el formalismo y el objeto conceptual revisa la tradición cultural e ideológica de la historia del arte y la cultura, ya sea en general, o concretamente del País Vasco, en este caso acercándose a la obra de Jorge Oteiza. El artista revisita críticamente el concepto del monumento, evidenciando la tensión establecida entre los escenarios, los códigos y los símbolos. Su lenguaje se centra mayormente en la escultura, aunque Mendizabal también trabaja en otras disciplinas a través del vídeo, la fotografía, el texto o diversos materiales gráficos.
Reconocido como uno de los artistas más destacados e influyentes de la escena contemporánea española, su recorrido discurre por diversas exposiciones internacionales y nacionales, entre las cuales destacan su exposiciones individuales en el MACBA y Museo Nacional Centro Reina Sofía, o como participante de colectivas en el Guggenheim de Bilbao, Artis Den Bosch (Países Bajos), la Fundación Marcelo Botín en Santander, la Westfälischer Kunstverein (Münster, Alemania) o el Musée d’Art Contemporain de Bordeaux (CAPC), Bordeaux (Francia). Destacamos igualmente, su participación en Taipei Biennale, en la Bienale de Venecia o Bienal de Sao Paulo. Es representado por galerías europeas y aquí en España por las Galerías CarreraMugica y ProjecteSD.
Le han hecho muchas entrevistas, algunas de ellas de gran calado y extensión, pero es tal la complejidad de sus ideas sobre la actividad artística, que siempre le queda algo por matizar.
- Gran parte de su discurso gira en torno a los mecanismos de representación de lo simbólico, en especial, en referencia a la formalización de lo político a través de lo artístico. También habla del modo en el que el arte ahonda en los procesos que conforman el dispositivo de la representación y la producción de imaginarios colectivos. ¿Nos puede matizar algo más al respecto?
Las formas que toma lo colectivo, las maneras de entendernos en y con el mundo, son en esencia lo que configura la política. Entendida así, esa insistencia en las formas de lo colectivo sería algo así como el marco general que define mi práctica. Pero si hubiera que definir más esa intención general, que imagino compartida con casi cualquier artista del presente, diría que lo que me he ocupado de hacer es señalar cómo las técnicas con las que se generan representaciones (y el lenguaje o el propio arte son en ese sentido técnicas) determinan el contenido y significado de estas. Que la manera en que algo se hace crea también el sentido de aquello que hace. Esto es relevante para el caso de los imaginarios colectivos, porque la técnica (e insisto, el lenguaje y el arte lo son) es lo que creemos compartir como herramienta con la que crear imaginarios, cuando muy a menudo, la técnica es el imaginario mismo.
En los últimos años esa idea se ha ido concretando a través de varios ejemplos en los que intentaba identificar el proceso por el cual una característica tecnológica se convierte en simbólica. La manera en que la posibilidad de fijar en un instante fotográfico la imagen de una multitud, por ejemplo, determinó la emergencia de la masa como sujeto histórico autoconsciente. Y de manera insistente, he recurrido también en todo mi trabajo a una articulación problemática de fondo y figura, que servía como analogía de la relación entre el individuo y la multitud o el fragmento y la totalidad. Dificultar una separación clara entre la figura y el fondo, que es tanto como decir del sujeto y del objeto, tiene implicaciones –eso espero– en cómo percibimos lo que importa y lo que no importa, lo que se muestra y lo que se oculta.