La fotografía, dice Jeff L. Rosenheim, consiste en ver como una acción creativa. Al frente del departamento de fotografía del Museo Metropolitano de Arte de Nueva York desde hace trece años, el comisario sigue descifrando un medio que es a la vez testigo y actor, documento y arte, bisturí y Stradivarius.
Por: Laura García del Río

El MET no fue la primera institución norteamericana que empezó a coleccionar fotografía como un arte digno de habitar las paredes de un museo. El de Bellas Artes de Boston le ganó por ocho años. “Ellos arrancaron en 1920. Nosotros en el 28”, cuenta Jeff L. Rosenheim. Con gorra y sudadera, esquiva el look arquetípico del académico ilustrado. Ni pana ni coderas. Tampoco esnobismos. Lleva treinta y siete años trabajando en el departamento de fotografía del Museo Metropolitano de Nueva York, que dirige desde 2012, y ostenta un sentido del humor y una generosidad ideológica poco habituales en un mundillo donde el opinólogo inapelable prescribe. “Entré con 28 años y ahora tengo… más”, dice riendo. No hace falta echar las cuentas.

Empezó como asistente de investigación, aunque ya había ejercido como comisario en otros espacios después de licenciarse en Estudios Americanos en Yale y conseguir un Master en fotografía en la Universidad de Tulane. Una de sus primeras tareas fue catalogar la Colección Ford Motor Company: un cuerpo de 500 fotografías tomadas entre las dos Guerras Mundiales por 180 artistas –entre ellos Laszlo Moholy-Nagy, Paul Strand, Berenice Abbott, Man Ray, Henri Cartier-Bresson y Alexander Rodchenko– que el MET adquirió en 1989 del ajuar de John C. Waddell, un ávido coleccionista de arte, con la ayuda de la multinacional automovilística que desde entonces le da su nombre. Ford, que ya venía sufragando varias de las exposiciones del museo, puso 1,8 de los 2,7 millones de dólares que costó. El restó lo donó Waddell.
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