Por Pilar Gómez Rodríguez
El investigador y periodista Carlos Primo explora en su último libro los mecanismos que desde finales del siglo XIX y hasta las primeras décadas del XX convirtieron a la reina de Egipto en arquetipo de femme fatale. Lo acaba de publicar la editorial Carpe Noctem y se titula Las máscaras de Cleopatra.
Antonio, en los acentos de Cleopatra encantado,
la copa de oro olvida que está de néctar llena.
Y, creyente en los sueños que evoca la sirena,
toda en los ojos tiene su alma de soldado.
La reina, hoja tras hoja, deshojando sus flores,
en la copa de Antonio las deja dulcemente…
Y prosigue su cuento de batallas y amores,
aprendido en las magas tradiciones de Oriente…
Detiénese… Y Antonio ve su copa olvidada…
Mas pone ella la mano sobre el borde de oro,
y, sonriendo, lenta hacia sí la retira…
Después, siempre a los ojos del guerrero asomada,
sella sus gruesos labios con un beso sonoro…
Y da la copa a un siervo, que la bebe y expira…
Manuel Machado
La que embruja, la sirena, la extraña, la extranjera, la de las magas tradiciones de Oriente, la que besa, la que mata y conspira, la que es eterna, la que nunca muere… La enumeración recupera —sin el arte de la poesía— todo aquello que el poema quiere decir y no dice (porque lo dice mejor). Todos esos tópicos o lugares comunes se dan cita en Cleopatra, pero ¿fue realmente así? ¿De dónde surge esa imagen? ¿Cuándo aparece el mito? ¿Cómo se forma una diva y qué implicaciones puede tener esto para el presente? El investigador y periodista Carlos Primo le dedica a la formación del mito y su estudio un libro que sirve de aperitivo a otros dos más, con obras sobre Salomé y Judith, que vendrán a componer una trilogía dedicada a la mujer fatal. El punto de partida de tan vasta investigación es la tesis doctoral que el autor defendió en la Universidad Complutense de Madrid, bajo dirección de Jesús Ponce Cárdenas, y que le valió el Premio Extraordinario de Doctorado 2015-2016. El periodo en el que se centra el volumen abarca desde las postrimerías del Romanticismo, hasta 1930, en plena madurez de los movimientos de vanguardia. Unos cien años que tienen como punto de partida la obra del francés Théophile Gautier, de 1838, titulada Une nuit de Cléopâtre, una novela breve de temática amorosa que concita todos los tópicos que rodearán a la reina egipcia en el siglo XIX: la pasión, el exotismo, la ambición política y una cierta perversidad que la inscribe en los rasgos de la femme fatale.
No está solo. Junto a él aparecen poemas, relatos y obras teatrales de Rubén Darío, Manuel Machado (cuyo poema abre este texto), Ramón Goy de Silva, Salvador Díaz Mirón, José María de Heredia, Victor Hugo, Enrique Gómez Carrillo o Rachilde. De la escritura, la representación de Cleopatra salta al lienzo y allí la encuentran Moreau, Alma Tadema, Gérôme o Franz Von
Stuck. ¿Qué vieron en ella todos estos nombres? ¿Por qué entre todos solo hay uno de mujer? ¿Qué le dice el nombre de Cleopatra a la cultura y a la sociedad del siglo XXI? Vamos por partes: le planteamos estas cuestiones (y algunas otras) al autor del ensayo Las máscaras de Cleopatra.
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