Tosca es el único título historicista de las trece óperas de Giacomo Puccini y, junto a la Bohème, el más conocido por el gran público.
por Jacob A. Bendahan
Estrenada en 1900 en Roma, donde transcurre la trama, sería una osadía pretender añadir comentarios a los ya aportados por los eruditos de los últimos ciento veinte años a uno de los títulos mas estudiado del repertorio, pero, sí podemos comentar la versión con la que estos días cierra su temporada el Teatro Real, reconocido por Los International Opera Awards 2019 como el mejor teatro de ópera del mundo.
La acción se sitúa en junio de 1800 en Roma. Es un thriller del que no puedes despegarte de principio a fin. Scarpia, Cavaradossi y Floria Tosca se ven envueltos en un drama cuajado de lascivia, heroísmo y celos respectivamente.
En estos tiempos en los que la dirección escénica pasa por encima hasta de la música, nos encontramos con una producción de Paco Azorín que presenta una versión con claros mensajes a la revolución y la libertad que integra en la representación y que pueden convencer de una manera u otra pero, innegablemente funcionan. Muy bien resuelto un momento clave del drama que concentra una de las mayores tensiones: el Te Deum, así como el despliegue de la soberbia maquinaria del escenario en el cambio del segundo al tercer acto, todo ello coordinado por una regiduría absolutamente impecable.
La función más esperada tuvo lugar la noche del lunes 19 de julio. El reparto no podía ser mas apabullante: Radvanosky, Kaufmann y Alvarez. ¡Nada menos! Quizás sea el reparto soñado a día de hoy.
Carlos Alvarez, borda al tirano Scarpia. Cruel y arrogante, desde su impactante aparición en un magistral golpe de efecto de iluminación, llena el escenario con su primera frase, “un tal baccano in chiesa, ¡bel rispetto!” que paraliza al público como paraliza el escenario, dejándonos muy claro ante quien nos encontramos hasta la última de sus palabras al morir a manos de Tosca. Un verdadero máster del personaje el que nos ofrece el tan querido barítono español.
En Jonas Kaufmann confluyen infinitos factores: su muy carismática planta escénica, el dominio del personaje, el característico color oscuro de su voz, un precioso fraseo, fuerza cuando es preciso, -sus “Vittoria, Vittoria” fueron rotundas-, un canto a mezza voce que magnetiza al espectador y, como no, la estela de su nombre. Kaufmann se ha hecho esperar durante años en el Real pero, por fin, en este su debut en Cavaradossi, recibió el cariño de los asistentes con unos aplausos merecidísimos aunque quizás le faltase más coordinación con el espléndido maestro Lusiotti en la batuta. “E lucevan le stelle”, -o, el adiós a la vida-, es un aria que requiere una total comunión entre foso y cantante, hay rubati, cambios de tempo, ataques, etc que anoche funcionaron mucho mejor en el bis que en el decurso musical aunque, eso no fue óbice alguno para que el teatro se rindiera al maestro y, él condescendiera a repetirla.
Sondra Radvanosky es hoy, simplemente, la Tosca perfecta. Da vida brillantemente a la protagonista llenándola de matices vocales y escénicos que desde el principio le valen el aplauso de un público que, enfervorecido, la aclamó tras la celebérrima aria del segundo acto, “Vissi d´arte”. Desde la noche del estreno hasta la de la función que comentamos, se ha visto obligada a bisarla en todas sus apariciones en un acto de generosidad sin precedentes.
En definitiva, si hay una Tosca que hay que ver es, sin duda, esta del Real. Aún quedan algunas funciones y, desde aquí os animo a disfrutar de un espectáculo con una calidad difícilmente repetible.