Y el pincel pintado
Para Alexandra Dillon, los rostros cuentan historias, incluso si asoman desde una vieja y rudimentaria herramienta. En su taller, hachas y cuchillas se convierten en símbolo de la ira reprimida y de los planes ocultos, candados con ojos llegan a reflexionar sobre la llave de nuestra propia psique y hojas
de sierra bordean las facciones de mujeres relevantes de la historia. Todas las yuxtaposiciones son posibles para esta artista estadounidense, cuyas metáforas
suscitan nuevas lecturas de la feminidad canónica a lo largo de los siglos. En el pasado, determinados objetos han sido vinculados al sexo masculino, al igual que rasgos como la ira, el intelecto o la impulsividad. Dillon contesta paradójicamente a esta exclusión, incluyendo con cada pincelada ese imaginario de mujeres al que se adscribe, personas “empoderadas, inteligentes y compasivas”. A través de un sutil humor, la pintora surrealista busca crear momentos donde “el subconsciente se da cuenta antes que el intelecto de que algo está sucediendo”. Suele proceder instintivamente, empezando el retrato sin conocer a la retratada, guiada solo por el pulso su imaginación, que viaja a través de las distintas épocas pictóricas para “mostrar la continuidad y la resistencia del alma humana” sobre toda clase de objetos encontrados.
¿En qué momento surgió la idea de pintar en un pincel?
Me invitaron a participar en una exposición en la que hacíamos arte con los restos de un incendio en un estudio. Yo cogí los pinceles quemados. En cuanto pinté una cara en uno de ellos, supe que tenía algo entre manos.
En esa época, también experimentó con el surrealismo pop.
Sí, ese estilo estaba empezando a consolidarse aquí en Los Ángeles. Combinaba un excelente trabajo artesanal con ideas surrealistas. Como artista de formación clásica, me resultaba difícil saber qué
hacer con todas mis habilidades. Sabía que no quería ser sólo una artista basada en la representación, pintando figuras
y bodegones. Sentía que eso ya estaba hecho. Pero tampoco sentía que encajara en el surrealismo pop. Tenía que encontrar mi propia voz.
¿Por qué se inspira ahora en tradiciones pictóricas más clásicas?
Quería hacer cuadros bellos y vivos. Creo que el ser humano tiene una aspiración natural hacia la belleza y la elegancia. Ha habido arte conceptual muy bello, pero la ironía, la astucia y el cinismo son los pilares de la obra conceptual y posmoderna. A menudo requieren que el espectador lea el texto de la pared para entender el arte. Me interesa la reacción visceral ante una imagen, en la que el subconsciente se da cuenta antes que el intelecto de que algo está sucediendo. La belleza es una forma de acceder.